jueves, 14 de octubre de 2010

Una grata sensación

Es muy agradable lo que uno siente cuando es capaz de disfrutar de verdad con algo que otro crea. Pasa sobretodo con el arte: cualquiera de sus caras puede resultar realmente placentera.

Observar como lo que parecían unos torpes trazos azarosos sobre un papel se convierten en un precioso dibujo que representa algo que nos encanta. Ver unos dedos deslizarse sobre un piano y hacerle tocar una melodía que nos extasía. Leer el entramado de palabras que alguien una vez compuso para conformar una historia que nos hace vibrar. Escuchar cómo alguien modula su voz para deleitarnos con un canto que eriza el vello.

Es genial ser testigo de ello y sucumbir al placer que nos provoca. Pero es mejor aún cuando de repente recordamos que nosotros también somos capaces de aquello.

El anhelo de lo ajeno

Muchas veces la gente no sabe lo que dice cuando dice que envidia a otra persona. Parece que sólo se den cuenta de lo bueno que tienen los demás y a ellos les falta, y que no se paren a pensar en qué carencias tiene esa gente a la que tanto envidian.

Casi siempre, alguien envidiado a su vez envidia a otros por otras cosas. O por tener de otra manera lo que otros desean de ella pero a ella no le hace feliz.

Aún así, no creo que nadie disfrute siendo un envidioso. A veces es inevitable soñar con lo que tienen los demás, y en realidad eso no debería tener nada de malo. El problema está en que en la mayoría de las ocasiones la envidia no se aprovecha como una motivación para conseguir lo que se anhela. No se suele pensar que, si el otro consiguió algo, debe ser que se lo ganó, y que si uno se esfuerza lo tendrá también. Lo más común es pensar que la suerte es la culpable de nuestras miserias. Que la nuestra es mala y la del otro es buena.

Y quién sabe si no es así. Lo importante, no obstante, es no pensar demasiado en lo que nos falta ni en lo que otros tienen, sino en qué tenemos, y en qué más somos capaces de conseguir.