Es curiosa. La sensación, digo. Ésa de cuando deseas algo con todas tus fuerzas y al final lo acabas encontrando, y tardas un poco en ser consciente de que por fin lo has conseguido.
Estás durante un tiempo pensando en una cosa. Algo que te gustaría que pasara, alguien con quien quisieras reencontrarte, o todo al mismo tiempo. Lo deseas tanto que lo construyes y lo tiras de nuevo abajo cada día, en tus fantasías. De tanto imaginarlo crees que lo vas a gafar. Que no podrá suceder, porque ya has pensado en todas las formas en que podría pasar, y nunca pasa nada del mismo modo en que lo pensamos.
Pero ocurre. Como si pudieses invocar algo o a alguien y conseguir que finalmente apareciese. De una de las forma en que lo habías soñado o de cualquier otra. Así o asá, qué más da. Es magia, y si en realidad no lo es tampoco importa: se parece demasiado.
No habías fantaseado sólo con lo que querías. Habías imaginado también la alegría que te daría encontrarlo. Se te salió el corazón del pecho con sólo pensarlo. Y, cuando por fin sucede, estás como demasiado en calma. Emocionada pero contenida. Como un grito que se ahoga en la garganta justo antes de salir. Consigues acostarte, no ya pensando en lo que querías, sino en lo que ya tienes. Sin tener que imaginarlo todo, sino sólo completando lo que ya estás viviendo.
Estás encantada y sonriente, pero aún no has soltado la carcajada. Pero no te preocupa. Sólo te inquieta. Sabes que no es que esperases demasiado y no se cumplen ahora tus expectativas. Que el problema no es que quisieras más de lo que has obtenido. Es solamente que aún no te lo crees. Y, entonces, cuando por fin te lo creas, te reirás hasta que te duela. Te reirás hasta que acabes llorando. Y ésa será otra gran sensación. Ésa será la felicidad.
jueves, 15 de diciembre de 2011
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