Ser paciente es mucho más complejo que ser terapeuta. Y es que no importa demasiado dónde esté el problema si tú eres incapaz de verlo. O, por lo menos, de verlo como tal.
Los síntomas escapan a la voluntad de uno, si no es una mera simulación, o tal vez un trastorno facticio, que no se deja de llamar trastorno. Es como cuando tratas de recordar algo que sabes que anda dando vueltas por tu memoria. Y piensas, y piensas, y no consigues acordarte.
La sensación es que aquello se ha borrado, que se ha desvanecido. Y si acaso piensas que es mentira, cuando llevas un tiempo tratando de evocarlo sin éxito, empiezas a plantearte que puede ser imposible que te acuerdes de eso que ahora te hace falta porque, en realidad, nunca lo has sabido. La realidad, o tu realidad, se acaba imponiendo a la lógica que te rige.
Y por supuesto no importa qué te digan los demás. Si lo has visto, o si no, si deberías recordarlo o si tratan de ayudarte a que lo hagas. Lo que no ves, no existe para ti. Y no es lo mismo mirar desde fuera el mundo de otro e intentarlo reparar desde lo que conoces que reinar en el tuyo y que aparezca otro pretendiendo destronarte sin que te resistas.