Últimamente he venido observando algo que me ha hecho reflexionar. Conozco a mucha gente que es incapaz de ser feliz si no anuncia continuamente al mundo todo lo bueno que le ocurre. Ya sea aprobar un examen o encontrarse un billete en la calle. A menudo, me consta, todo lo que buscan con su publicidad es suscitar envidias en los demás, aun cuando "los demás" sean los que se supone que son sus familiares, amigos y conocidos más cercanos o queridos. Y lo digo porque esas grandes noticias se suelen publicar, especialmente, en medios de comunicación (como las tan de moda redes sociales) de esos que, básicamente, compartimos sólo con la gente con la que los queremos compartir y se supone que algo nos importa.
Me he dado cuenta de que a mí no me pasa eso. Al menos, no me pasa eso cuando lo que me ocurrió tan fabuloso no es un fruto de mi esfuerzo, sino un golpe de suerte. Es decir, me encantaría gritar a los cuatro vientos que aprobé el examen, pero no tanto lo de que encontré un billete. Lo primero me hace sentir orgullo, pero lo segundo en absoluto. De hecho, creo que sería estúpido que me hiciese sentirlo, pero continuamente veo a la gente alardeando orgullosa de millones de cosas que de ningún modo son un mérito suyo sino pura casualidad.
A mí me da vergüenza. Hace ya tiempo que me considero más afortunada de lo que lo es mucha gente de la que me rodea (o tal vez sólo sean ellos más desafortunados que yo...), y, aunque evidentemente me gusta tener suerte, también me abruma reconocer que buena parte de mis alegrías son debidas a la simple fortuna. Además, me da pena ser yo la que tiene suerte y que otros tengan que esforzarse más que yo.
En el fondo, me dan envidia los demás a mí, aunque tengan menos de algo, porque cuando lo tengan sabrán que fue gracias a ellos mismos y no por pura chiripa. Y es que en realidad, tener tanta suerte a veces me hace sentir mal. Me hace sentir que yo no merezco casi nada de lo que tengo, y por culpa de mi maldita suerte tal vez nunca sepa si es así o no.
Ya, seguramente está mal también que me queje por tener suerte... Pero es que a veces de nada te sirve tenerla si, simplemente, no la puedes repartir entre quienes quieres que la tengan de verdad.