El otro día tuve un sueño bastante gore. No creo que hiera sensibilidades, pero si alguien tiene dudas, que deje de leer.
Tengo un pendiente en el ombligo. Es lo que se conoce con el nombre de "banana", por la forma que tiene. En cada extremo tiene una bola, una más grande debajo y una más pequeña arriba, que se enrosca para dejarlo cerrado. En el sueño, había perdido la bola pequeñita. Es algo relativamente normal, aunque a mí sólo me ha pasado dos veces en doce años y ambas la acabé encontrando. Me puse a buscarla y pensé que no me gustaría no encontrarla y tener que comprar otro pendiente, ya que llevo tantos años con el mismo. Me daba mucha pena pensar en la posibilidad haberla perdido para siempre. Buscaba y buscaba y no aparecía, pero de pronto me di cuenta de que, al no tener sujeción, y al ser la bola de debajo más grande y pesada, el pendiente iba a salirse del agujero. Como no quería que eso pasara (es algo que nunca me ha hecho demasiada gracia), la sujetaba y la subía para que no se saliera la barra del agujero. Y debe ser que deseaba con tantas fuerzas no perder el pendiente, que subí tanto y tan bruscamente la bola, que se me empezó a meter también por el agujero. Empecé a sangrar, y la bola cada vez estaba más metida en el agujero. Hasta que se desprendió el pequeño trozo de piel de delante del agujero. Ya no podría volver a ponerme ahí un pendiente. Y cada vez había más sangre en mi abdomen.
El sueño acabó ahí. No encontré la bola pequeñita, y tratando de no perder el pendiente destrocé el agujero, haciendo imposible ponérmelo otra vez, la encontrase o no. Y me pregunté si no me pasa eso mismo con algunas personas. Algo se rompe. Se estropea. No es nada serio, pero hay un pequeño problema. Yo me empeño en tratar de arreglarlo, a mi manera. De la única manera que en ese momento se me ocurre. Pero lo único que consigo es estropearlo todo más. Convertir una estúpida diferencia en un momento dado en una sangría irrecuperable.
Lo peor de todo, es que alguna vez lo he hecho adrede. Lo he llenado todo de sangre, porque hay ciertos pendientes que una no puede llevar, por muy bonitos que sean. Y yo ya no sé qué hacer con este ombligo destrozado. Forzarlo a llevar de nuevo el pendiente nunca me ha salido bien, pero es que yo no quiero llevar otro ni colocarme otro adorno diferente. Así que me imagino que me olvidaré del pendiente y ya está. Por lo menos podré contemplar cada vez que lo desee la cicatriz que me ha dejado, y recordar lo bonito que era todo cuando todavía no nos habíamos manchado de sangre.