Cuando nos presentan una gran cantidad de estímulos nuestra tendencia es atender a los más complejos... Pero, ¿qué pasa cuando todos lo son? Pues que uno acaba desorientándose de mala manera y al final no hace caso a ninguno. Y, ¿cuando son demasiado complejos? Nos frustran... Un rompecabezas es ideal cuando no es tan sencillo como para aburrirnos ni tan complicado como para sobrepasar nuestros recursos.
Creo que las personas, en cierto sentido, son como esos estímulos. Un grado de complejidad idóneo es el que no nos deja descubrir a alguien en un par de días ni nos tiene siguiendo pistas eternamente...
Quizás por eso alguna gente acaba sola: son puzzles tan complicados que nunca nadie los llega a completar. La suerte es que también hay gente que siempre está dispuesta a descubrir una pieza nueva... y la pena que, a veces, los primeros y los segundos no se llegan a encontrar.