Tan bonito cuando lo elegimos y tan desagradable cuando nos lo imponen... Pero es una barrera difícilmente franqueable y, además, no siempre se sabe si se quiere cruzar al otro lado. No es miedo a lo que haya ahí detrás, aunque dé un poco de respeto. Es miedo a que, una vez superada, nos vuelvan a levantar esa pared.
Hay ciclos que cansan, círculos que se hacen interminables y que nos agotan en nuestro intento por hacerles, al menos, ir más despacio. ¿Será que el único modo de frenarlos es romperlos? Prefiero pensar que no es así. Me niego, de hecho, a hacerlo, pero no puedo pararlos y ahora tengo uno detenido en aquel muro.
Quizás haya más formas pero se agoten las ganas de buscarlas. O tal vez se rompan antes que el silencio.