Nadie puede reprocharme lo que me gusta, pero a menudo mucha gente lo hace. Para que una preferencia musical o cinematográfica -por poner un ejemplo- sea tenida en cuenta el requisito suele ser que coincida con la del juez que está observando. Otras veces vale con que sea la misma que la de la mayoría. No sé qué es peor, si la prepotencia de los primeros o la falta de genuinidad de los segundos... No, lo peor es cuando eres tú quien sentencia a los demás sin darte cuenta.
Yo no tengo ni idea de por qué me gusta la mitad de las cosas que me gustan, ni puedo hacer nada por que me guste algo que no me atrae, aunque me pueda beneficiar... Así que es posible que los demás tampoco.
De todos modos, me parece lamentable que la gente sea capaz de amedrentarse ante la opinión de los demás. Por mucho que alguien llegue a importarte, no debería hacerlo si a quien respeta esa persona es a quien le gustaría que tú fueses y no a ti. Y si tú también le importas, no tendría que preocuparte que deteste algunas cosas que a ti te encantan... porque te querrá con ellas. Te querrá, a veces, por ellas, y por las que compartís... por todo lo que tú eres.
Así que, al final, tampoco me siento tan mal cuando me encuentro bajando la maza... porque sé que el otro sonreirá, como debería hacerlo yo en la situación inversa, y seguirá fiel a sí mismo, con lo que le gusta y lo que no le gusta, y sabiendo que ahora, para bien o para mal, nos conocemos un poquito más los dos.