Echar de menos a alguien es una mierda. No sé qué es peor, si saber con certeza que vas a continuar haciéndolo durante el resto de tu vida o vivir con la incertidumbre... Pero de lo que sí estoy segura es de que es un asco.
Anoche me quedé dormida después de sentir el calor que desprendió una lágrima que nació en mis ojos y murió sobre mi almohada. La estaba recordando a ella. Me estaba preguntando cuándo debió ser la última vez que comió algo realmente sabroso... porque le encantaba comer y tengo que admitir que ignoro si su enfermedad la dejó hacerlo en los que fueron sus últimos días. Después de unas horas de sueño, despertares que apenas recuerdo y de taparme con la sábana varias veces me levanté sabiendo que la había soñado. Y no era la primera vez.
Estaba con ella. Estábamos juntas y sabía que tenía que aprovechar ese rato, ya que cuando abriese los ojos ya no estaría a mi lado. Curioso... el reloj contando y yo tranquila... Dándole a probar un bocado que le habría encantado llevarse a la boca cuando todavía estaba aquí. Le gustó. Me lo agradeció con una sonrisa mientras me veía acercárselo, y habiendo acudido a una cita que pareció intuir que yo necesitaba.
No sé si por casualidad, pero otra cita tuvo lugar en la habitación contigua. Cuando mi madre despertó me dijo que había soñado con... con ella. Con otra ella. Le dejó un mensaje como ya lo hiciese antaño conmigo, aunque en mi caso ni siquiera necesitó hablar: una mirada y un abrazo fueron suficientes para que yo supiese qué quería decirme.
El caso de ellas dos es el primero que describí líneas arriba...: estoy condenada a extrañarlas hasta el día en que sea yo la que me vaya, pero alivian esa pena con visitas nocturnas que, de cuando en cuando, hacen más llevadero este castigo.
Y sigo sin saber si es, si no es, por qué es o por qué no... pero si es verdad que la realidad no es lo que hay sino lo que interpretamos nosotros de eso, en mi mundo interior es, y, sencillamente, no me importa por qué.