domingo, 28 de febrero de 2010

Ahí no

Como bien dijo el tiparraco aquél, dejen en paz a las familias... No consiento a nadie lo que ni siquiera me consiento a mí. A nadie.

El trabajo

Hay gente que no trabaja porque no quiere y otra que no lo hace porque no puede. También están los que no lo hacen porque no lo necesitan. Me consta que a mucha gente de mi generación no le urge el dinero, porque tienen una familia que les quiere y les puede respaldar económicamente, pero a veces la gente no necesita el trabajo sólo porque necesite dinero.

Muchos son así de vagos y disfrutan sin hacer nada. No quieren trabajar porque implica hacer un esfuerzo que no están dispuestos a realizar. Esos, normalmente, tienen unas vidas vacías y patéticas que creen llenas porque no les cuesta nada mantenerlas, pero en realidad sólo están llenas de nada: no tienen ambiciones, ni iniciativa, ni motivaciones, ni metas...

A otros sin embargo no hacer nada les deprime. No es ya sólo porque no tengan una ocupación, sino por todo lo que eso implica. Cuando trabajas sales a la calle aunque sea sólo mínimamente, para trabajar, y eso ya anima bastante. Además tienes dinero, porque aunque tus padres se ofrezcan a dártelo, a cierta edad y si tienes un poco de dignidad tú rechazas que te den más del necesario para subsistir, y eso conlleva poder salir cualquier tarde con los amigos a tomar algo, a cenar algún día o al cine. Cosas que uno daba por hecho cuando trabajaba o estudiaba y no se preocupaba por el dinero, las acaba echando de menos cuando no puede tenerlas, y poder dedicarse al ocio y las aficiones cuando no es a tiempo completo anima bastante. También el trabajo, salvo algunas excepciones, es un lugar donde uno puede socializarse un poco: se conoce a gente nueva y se crean relaciones que, aunque sean sólo laborales, ayudan a las personas.

Por suerte uno puede ir estudiando mientras no encuentra trabajo. Formarse siempre llena y es de lo más útil... y además te hace sentir que no pierdes el tiempo. Porque no todos los jóvenes parados son parados por gusto, ni con crisis ni sin ella, ni todos los parados tienen todo el tiempo del mundo, como parecen creer en las oficinas del INEM. Muchos tienen que llevar sus casas con trabajo o sin él, otros estudian... En fin, que mucha gente sí que quiere trabajar, y lo necesita no ya por el dinero, sino porque trabajar y aunque a algunos puede que no se lo parezca, en ocasiones implica vivir.

La felicidad

La gente que es feliz debería aferrarse a su felicidad... porque uno nunca sabe cuánto va a durar. Cualquier momento es bueno para que pase algo que la rompa o que se la lleve por delante. Por muy seguros que lleguemos a estar de algo, lo cierto es que no hay nada que se pueda dar por hecho en esta vida...

A veces uno desearía no haber conocido nunca la felicidad, porque no se puede echar de menos algo que nunca se ha tenido. Luego pasa el tiempo y empiezas a tener miedo de no volverla a ver, y te preguntas si toda la que te salpicó, que apenas tuviste tiempo de disfrutar, era toda la que la vida había preparado para ti.

Tal vez ya no vuelva... Quizás a algunos sólo nos quede recordarla, porque en según qué momentos, da la impresión de que los pilares básicos para que se sustente han desaparecido y nunca van a volver. Eso, o puede que la felicidad no sea una ni se construya siempre de la misma manera. A lo mejor sí que volvemos a encontrarla, pero en otro lugar, con otra cara y con otra voz.

sábado, 27 de febrero de 2010

Normal y patológico

La gente en general no se lo cree, pero muchas patologías consisten en cosas que nos pasan a todos, solo que llevadas a un extremo en el que quien las padece, o las personas de su entorno, sufren.

Algo muy común son las obsesiones, aunque eso está más extendido. No tanto así las compulsiones. Hay quien se asusta o quien piensa que es muy raro por, por ejemplo, ir como en la película aquélla, controlando qué tipo de baldosas de la acera pisa. O por tener que colocar sus bolígrafos en un orden determinado que, de romperse, le pone de lo más nervioso. O por pasar el trapo un número concreto de veces por encima de los muebles, aun sabiendo que con menos quedarán igual de limpios. Se podrían enumerar tantas obsesiones y compulsiones como personas en el mundo. Cada uno tiene lo que se suele llamar "sus manías", y aunque sean absurdas y nosotros incapaces muchas veces de imponernos ante ellas, son perfectamente normales. Suponen un problema cuando, por ejemplo, tienes que seguir tu ritual sin excepción y de la forma que tú consideras perfecta y tardas 5 horas en una tarea que te debería llevar 5 minutos, y eso a la gente normalmente no le pasa.

Más o menos pasa lo mismo con muchas otras cosas. En ocasiones la diferencia entre lo normal y lo patológico es meramente cuantitativa, aunque sobre eso hay distintas opiniones. Yo creo que a veces sí y a veces no, pero desde luego que hay muchísimas veces que sí.

¿De qué me sonará esto?

"A ti te debo de parecer un fósil, pero a mí me gusta creer que todavía soy joven".

David Martín, El juego del ángel

viernes, 26 de febrero de 2010

El peso de la razón

Se supone que lo que nos separa de los animales, aparte de alguna que otra característica biológica sin demasiada importancia según la especie, es nuestra capaz para razonar.

El hombre es un ser racional. Bien, perdonen si me río. Creo que a estas alturas de la película por todos es sabido que eso no siempre es así. Es más, eso hoy en día suele ser lo más raro, e incluso hay estudios que así lo apuntan.

Algunos hipotetizaban que la diferencia entre los cuerdos y los locos (hablando para el pueblo, entiéndase, y llamándose aquí la locura esquizofrenia) era que los primeros utilizaban la lógica en sus razonamientos y los segundos no. Después de hacer los experimentos pertinentes con ambos grupos, los investigadores se llevaron una sorpresa: resulta que los cuerdos no suelen utilizar la lógica en sus razonamientos y, es más, cuando los locos hacen deducciones lógicamente incorrectas, como hace la mayoría de la gente cuerda, aciertan más que éstos.

Pero en realidad ni siquiera hacían falta los datos. Basta con hablar con un número ni siquiera demasiado grande de personas al cabo del día para llegar a esa conclusión. La lógica, los argumentos bien fundamentados e incluso los principios y los ideales que podrían sentar o tratar de sentar sus bases, aunque fuese de la manera más peculiar imaginable, suelen brillar por su ausencia.

¿Qué razón hay en un nazi? ¿Qué lógica sigue un tipo del Ku Klux Klan para creerse más que un judío? ¿Qué argumentos tiene un etarra que no sean de papel? Si para eso es para lo que les sirve el raciocinio a algunos, casi que preferiría que a la cadena evolutiva le faltase algún que otro eslabón. Por eso, benditos sean los animales de las otras especies... Yo, desde luego, los prefiero a muchos especimenes de la mía: esa "razón" que han conseguido a través de siglos de supuesta evolución se la pueden meter por donde les quepa.

Un juego de imaginación

Imagínatelo. Un buen día se dispone a cruzar la carretera y anda medio distraída y con la mirada perdida, absorta en quién sabe qué pensamientos que la alejan de la realidad por un segundo. Pero no un segundo cualquiera. Es un segundo fatídico en el que no ve el coche que avanza en su dirección, y en el que ese coche tampoco la ve a ella. La gente alrededor sí que ve el impacto. El coche golpea con fuerza sus piernas, su cuerpo se dobla hasta pegar en el capó, más tarde en el parabrisas, y finalmente rueda hasta casi alcanzar el techo. Cuando está llegando arriba es cuando el coche consigue frenar, y entonces su cuerpo deshace el recorrido. Hace una extraña parábola y queda tendida en el suelo. Su mirada sigue perdida, pero esta vez, mientras su sangre le va formando un lecho en el asfalto, ya nadie tiene la esperanza de que esos ojos vuelvan a encontrarse con nada ni con nadie. Está muerta.

Pero tú no lo sabes. De hecho, pasarán varios días hasta que ni siquiera lo sospeches, porque no le hablas y por una idiotez. No quieres saber nada de ella. No te interesa lo que le ocurra. ¿No te interesa lo que le ocurra? Tal vez sí, pero se te notaba tan poco que su familia decide no avisarte. Al final eres tú el que, viendo el semblante de sus allegados, te acercas a preguntar cómo va, ya semanas más tarde. Entonces te dan la noticia.

Muerta es muerta. Ya no hay un "deberíamos arreglarlo". Se acabaron los "ya la llamaré". Adiós a vuestras peleas, adiós a vuestras reconciliaciones, adiós a vuestras tardes juntos, adiós a vuestros días tirados en el campo riendo por todo, adiós a vuestras charlas en la sobremesa. Y adiós a sus enfados, a su obstinación, a su carácter, a sus regañinas. Y a ella, a su cara, a su cuerpo, a su sonrisa, a su mirada, a su olor.

Imagínatelo. ¿De veras quieres que llegue ese día? Porque no das ni un sólo paso para evitarlo.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Hace ya más de seis años...

"...no sé ni cómo se me ocurrió, pero quizás porque la nada es algo que no sabe nadie si existe, y si existe, es eterna...".

No tener el día

Hay momentos de la vida en los que uno está más sensible, y ni siquiera de la vida, ya que cualquier día puede ser bueno para que nuestros sentimientos se encuentren, sin nosotros esperarlo siquiera, a flor de piel. Es en esos momentos, o en esos días, en los que el resto de la gente importa más. No tanto ellos, que eso es algo más o menos constante, nos guste más o menos, como cada cosa que nos digan.

Normalmente uno puede o debería poder con cualquier cosa. ¿Que vas por la calle y un desconocido te insulta? Pues le contestas más o menos con la misma simpatía y sigues tu camino tan tranquilo. ¿Que tu mejor amigo tiene ganas de discutir? Pues tratas de calmarle o de hacerle entrar en razón, y si no se le pasa hoy ya se le pasará mañana, o pasado, o cuando sea. ¿Que te tiras un rato preparando la comida y cuando preguntas te dicen que te salió fatal? Pues te ríes, preguntas qué encontraron mal y tratas de remediarlo al día siguiente. Pero esos momentos, o esos días, escapan a la normalidad, o mejor dicho, nosotros no estamos como siempre, y todo eso que otro día podría darnos lo mismo e incluso hacernos reír, puede pasar entonces a sentarnos mal y a hacernos llorar. Además de eso, lo mismo, exactamente lo mismo, les puede pasar a los demás.

Muchas veces uno no tiene cuidado con lo que dice o con cómo lo hace. Da por hecho que sus bromas van a caer bien, que los demás encajarán como siempre sus comentarios o que lo que le importan los demás estará tan claro como de costumbre. Y no. Igual que a veces uno puede no tener el día puede no tenerlo otro. Quizás la conversación más suave pueda parecerle al otro repleta de aristas. Por eso lo suyo es, no ya tener siempre cuidado con lo que se dice, porque sería bastante cansino y nos haría perder espontaneidad, pero sí intentar captar cuándo la persona que tenemos al lado ha recibido lo que siempre le damos de forma diferente.

Igualmente, cuando somos nosotros los que nos vemos en ese estado deberíamos hacérselo saber a los demás, porque al igual que nosotros, ellos tampoco son adivinos. Y aunque sea triste es también cotidiano: muchas amistades se han roto simplemente por no tener el día, así que es mejor cuidar lo que se tiene, porque por una cosa tan sencilla se puede perder también el resto de los días con alguien a quien queríamos.

martes, 23 de febrero de 2010

La magia en las sombras

La televisión, el cine, la radio, las revistas, Internet... Los medios nos van dando a lo largo de nuestras vidas un montón de personajes conocidos a los que la mayoría de los mortales ni conocemos ni llegamos a conocer nunca. Pero aunque uno no trate con ellos, ya sólo con seguir sus carreras en el cine, la música, o donde sea, les va cogiendo cariño. O manía, o asco, o infinidad de cosas. Lo mejor es sin duda cuando les acabas teniendo algo así como una especie de aprecio.

En el fondo es agradable cuando ves en la gran pantalla a alguien a quien tú conoces desde que tienes uso de razón. Sabes que él de ti no sabe ni que existes, pero para ti esa persona sí que es alguien. No es como un amigo ni como un familiar (o no debería serlo...), pero es como un conocido para ti. Lo has visto crecer, engordar, adelgazar de nuevo, perder pelo o echar sus primeras canas, has seguido sus líneas de expresión y te has ido fijando en cómo se iban convirtiendo en arrugas... Y disfrutas con sus éxitos, lamentas sus fracasos, y si un buen día te dijesen que ha muerto y que esta vez no era en la ficción, es posible que hasta derramases alguna lágrima.

Parece una suerte de magia con la que por desgracia muchos no se conforman, llegando a importunar e incomodar a sus actores, actrices o cantantes favoritos sólo porque salen en la tele. Se olvidan de que esa relación es unidireccional. De que además es normal que sea de esa manera. Y sobretodo de que es mejor así, porque también son personas y esa suerte de hechizo uno lo tiene más bien con sus personajes, de modo que con ellas realmente se desvanecería el encantamiento.

domingo, 21 de febrero de 2010

Ladrona

Tengo una carrera que me roba lo que soy. Cuando alguien me conoce y habla un rato conmigo, raro es que no acabe alguna frase diciendo que, claro, pienso de la forma en que lo hago porque soy psicóloga. Pues no.

Yo ya era una persona antes de estudiar esa carrera. Ya tenía una forma de ser, un carácter, un modo de actuar. Mi forma de pensar no se parece en muchas cosas ni a la de mi propia hermana, que además de llevar mi sangre ha estudiado lo mismo, ni a la de muchos (por no decir la mayoría) de mis colegas. Pero eso mucha gente parece que no lo entiende.

Encima les decepciono, porque no soy perfecta, y por algún motivo que me es ajeno, muchos piensan que un psicólogo lo debe ser. Es muy típico el "parece mentira, y eso que eres psicóloga", especialmente viniendo de gente que no tiene ni la más mínima idea de qué es lo que compete a un psicólogo. Te hablan de lo que debes ser y de lo que tienes que hacer desde la más completa ignorancia, y cuando la empiezan a dejar un poco atrás, te echan a ti la culpa de que la psicología no sea lo que ellos pensaban que era.

Al final, lo que haces mal es culpa tuya, pero lo que haces bien, o lo que otros creen que haces bien, es gracias a haber estudiado lo que has estudiado, de ninguna de las maneras es mérito tuyo. Esa carrera no sólo te roba lo que tú eres y el derecho que tienes a ser de alguna manera independientemente de ella, sino que además hace caer sobre tus hombros el peso que ella deja en los demás al carecer de esa suerte de magia que algunos de ella esperaban.

sábado, 20 de febrero de 2010

Cadenas...

Cuando nos ocurre algo destacado, y especialmente si es algo malo o desagradable, muchos solemos hacer una revisión hacia atrás de todo lo que pudo hacer que sucediese, y, especialmente, de lo que creemos que podría haber hecho que no.

Colocamos los sucesos previos al hecho en cuestión formando una cadena, pero una cuyos eslabones no son iguales ni es prescindible ninguno, pues sólo cambiando uno, el resultado habría sido diferente. Por ejemplo, si no hubiese salido esta tarde, no habría pasado. Y si aun habiendo salido hubiésemos tardado un poco menos, tampoco. Si lo hubiera visto habría podido hacer algo. Si se hubiese dado cuenta sólo un poco antes, habría podido bajar e ir tras él.

Esas cadenas pueden ser de mil formas diferentes y pueden tener razón o no, pues tal vez hubiese sucedido lo mismo hubieras salido más tarde o más temprano. O bien vemos sólo la alternativa que más nos complace, pues si hubieses bajado y hubieras ido tras él, quizás hubiese sido peor. Tal vez te hubiese hecho daño, o quizás vivieses el resto de tus días intranquila con sus ojos en tu retina, temiendo unas represalias que nunca sabrías si iban a llegar o no.

En realidad es bastante frecuente construir esas cadenas, pero también hay que aprender a romperlas, porque la mayoría de las veces perdemos el tiempo pensando en qué podría haber pasado, en qué podríamos haber hecho, y todo eso nos ciega y no nos deja ver qué debemos hacer con lo que ha pasado de verdad.

martes, 16 de febrero de 2010

Operaciones de estética

Hoy por hoy las operaciones de estética están a la orden del día. No es que esté a favor ni en contra de ellas, pero yo no me operaría. Bien es cierto que es fácil hablar cuando la genética te ha dado un pecho que te gusta o no ha sido especialmente cruel con tu nariz, pero de todos modos sigo pensando que yo no lo haría. Entre salud y estética elijo lo primero, y el resultado casi siempre artificial de la cirujía personalmente no me gusta en absoluto, pero si otras piensan y hacen otra cosa tampoco me parece mal.

Cada uno puede hacer con su cuerpo lo que quiera, y entiendo que a veces a alguna gente un complejo puede amargarles bastante. Lo que pasa es que yo soy más partidaria de solucionar los complejos desde la raíz, y ésa no suele ser operarse, sino aceptar lo que uno tiene. Que sí, que nuevamente es fácil decirlo cuando una no es del todo un trol, pero todos tenemos algo que en mayor o en menor medida no nos gusta. Y si lo que a uno le preocupa son los comentarios de los demás, da igual si se es feo o guapo: pueden llegar a hacerlos por cualquier cosa. Además, no sé para qué quiere nadie a alguien que se burla de él por su aspecto, así que a ese tipo de gente le pueden dar por el...

En fin, siempre que no sea una exageración que más bien roza la enfermedad, siempre que esté hecha por profesionales, a una edad adecuada (no operarse el pecho a los dieciséis...), y todas esas cosas que el sentido común nos dicta (aunque por lo visto más a unos que a otros), veo relativamente normal que algunas personas decidan someterse a una operación. Pero lo que ya no veo tan normal es que lo hagan y lo nieguen. Si no te gustaba algo de ti y te has operado, ¿qué tiene de malo? ¿Por qué tratar de esconderlo aun cuando es evidente? Sinceramente, no lo entiendo. No soy capaz de entender a la gente que actúa en contra de lo que piensa, porque si te avergüenzas de algo que has hecho supongo que es porque va en contra de tus propios principios...

A todo el mundo le gustaría venir fantástico de fábrica, pero no es así. Me hace gracia la gente que es (o cree que es) muy guapa o que tiene (o cree tener) un cuerpo de escándalo gracias a la herencia y que se burla de los que son menos agraciados, así como de aquellos que llegan a serlo gracias a la cirujía. Dicen estar orgullosos de su físico, pero, ¿de qué manera puedes estar orgulloso de algo que no depende de ti? ¿Cómo puede estar alguien orgulloso (no contento, no) de tener una cara bonita? ¿Qué han hecho para tenerla aparte de nada en absoluto? Me parece una estupidez como una catedral.

Vive y deja vivir... O, mejor, vive y deja operarse a quien le salga de las narices...

domingo, 14 de febrero de 2010

Même si

J'aurai voulu t'offrir
le meilleur de tout mon être...
Au lieu de partir,
entre nous tout faire renaître...
Plutôt que de mentir,
aborder nos différences...
T'aimer autrement qu'à contresens...

Ne jamais devoir choisir
avoir raison ou tort...
Au-delà de mes faiblesses
j'ai la force d'y croire encore...

Même si l'amour s'enfuit
j'en inventerai les couleurs...
S'il est trop tard pour revenir,
je remonterai les heures,
et ce dont je suis fait, tout entier,
je saurai te le rendre...
Même s'il faut tout apprendre...
Tout apprendre...

J'aurai voulu te dire
des mots qui arrêtent le temps...
Pour nous réunir,
nager à contre-courant...
J'aurai voulu t'écrire
tout le poids de mes blessures...
Devant toi faire tomber mon armure...

Aller rattraper nos vies
bien avant les remords...
Au-delà de nos faiblesses
j'ai la force d'y croire encore...

Même si l'amour s'enfuit
j'en inventerai les couleurs...
S'il est trop tard pour revenir
je remonterai les heures,
et ce dont je suis fait, tout entier,
je saurai te le rendre...
Même s'il faut tout apprendre...
Tout apprendre...

Comment devenir sans voir tes pas...
Comment définir l'amour sans toi...
Et prêt à tous les sacrifices

je refuse celui-là...

J'aurai voulu t'offrir
le meilleur de tout mon être...
T'aimer autrement qu'à contresens...

Même si l'amour s'enfuit
j'en inventerai les couleurs...
S'il est trop tard pour revenir
je remonterai les heures,
et ce dont je suis fait, tout entier,
je saurai te le rendre...
Même s'il faut tout apprendre...
Même s'il faut tout apprendre...
Même s'il faut tout apprendre...

Grégory Lemarchal, Même si

El rey de Fanelia

"Jamás he vuelto la espalda al enemigo para huir".

Van Fanel, La visión de Escaflowne

Ambiciones

A veces lo mejor de los sueños es precisamente eso, que son sueños. Cuando los ves cada vez más cerca y piensas que por fin vas a conseguirlos, de pronto pierden parte de su magia. Dejan de ser sueños para convertirse en una realidad plausible, y resulta que casi era mejor desear que se cumpliesen y trabajar en ello que verlos cumplidos. Por eso nunca hay que dejar de soñar.

Si uno sólo desease una cosa, la vida sería muy aburrida. La conseguiríamos, ¿y qué? ¿Por qué iba uno a levantarse cada mañana? Sin una motivación, sin algo que perseguir, sin una razón de ser... Sin un sueño vivir se hace mucho más pesado y más aburrido. Por eso hay mucha gente que se deprime, porque no tiene ambiciones.

Así que aunque muchas veces la gente describa a una persona como ambiciosa y se considere que es una mala característica, en realidad no es así. No es malo desear más y más cosas (y no me refiero a cosas propiamente dichas, cosas materiales), lo que puede llegar a ser malo es qué se quiere y de qué manera se trata de conseguirlo.

La máxima frustración

Es una gran putada que la vida sea tan corta para algunos. Y encima que sea otro o que seas tú el que sufrirá o el que apenas pasará de la veintena es más azaroso que cualquier otra cosa.

Tú vives. Él muere. Esas cosas te hacen pensar si acaso vale más tu vida que la de esos otros, porque de hecho posiblemente no. Tal vez ellos la disfrutasen más y mejor que tú. Seguro que hubiesen aprovechado las oportunidades que tú dejas escapar, y sin embargo a ellos se las quitan y las dejan en tus manos.

Es injusto, igual que las enfermedades lo suelen ser, y lo peor de todo y lo más frustrante es que esas injusticias son imposibles de combatir. Odio cuando no se puede hacer nada, porque ni siquiera te dejan luchar o rendirte. Más bien te obligan a perder, quieras o no quieras, te esfuerces o no lo hagas. Y creo que la que siento al ver como a alguien le niegan incluso esa decisión es la máxima frustración que he sentido jamás.

sábado, 13 de febrero de 2010

Balones fuera

Hay ciertas personas con una capacidad extraordinaria de echar balones fuera.

Hacen algo. No, te hacen algo. Algo que ellos mismos y cualquiera al que se lo digas reconoce que es muy feo. Tremendamente feo. Feo pero feo de cojones.

Y tú te enfadas. Digo si te enfadas... Te cabreas bastante. Te cabreas tanto que les das un par de bofetadas argumentales y a veces hasta les dejas de hablar.

Lo normal sería una disculpa. Lo normal sería que ellos se disculpasen, porque para algo son ellos los que te han ofendido. Pero no lo hacen. Y no sólo no lo hacen sino que deciden mosquearse ellos.

¿Ellos? ¡Sí, ellos! Se pasan tres pueblos contigo y tienen los santos cojones de enfadarse ¡ELLOS!

Y claro, te dejan de hablar. No vuelves a saber nada de ellos. Te preguntas de qué manera se ha dado la vuelta la discusión para que te ofendiesen a ti y se enfadasen ellos. Claro está: no obtienes respuesta. O sí: que tienen más cara que espalda y para salvar el culo han echado balones fuera y te han culpado a ti de que ellos te ofendieran. Habráse visto...

Pero eso no es lo peor. No señor, no es lo peor. Lo peor es que a veces les echas tanto de menos que te olvidas de lo que te hicieron y te centras solamente en que no te hablan. Y quieres que te hablen de nuevo, pero sospechas que por ellos mismos no lo van a hacer. Así que les hablas tú.

Pero no es fácil, ¿eh? No te dejan volver a decir un "hola, ¿qué tal?" como si tal cosa y aquí no ha pasado nada. Quieren una disculpa. Quieren que TÚ te disculpes. Y como sólo quieres estar bien con ellos lo haces, te disculpas, y todo vuelve a ser normal. Todo, hasta que se les cruza otro cable y te vuelven a hacer algo feo y vuelta a empezar.

Y eso algún día cambiará. Ya te digo si cambiará... Porque algún día pesará más la ofensa y la cara dura que los días sin ellos. Y el día que eso pase no les volverás tú a hablar. Y como su orgullo no les dejará hacerlo a ellos tampoco, ya no habrá más otra vuelta a empezar.

La ignorancia sí que asusta

Mientras unos intentan desmitificar las enfermedades mentales otros corren por el camino contrario a toda prisa. Resulta que todavía queda gente que tiene miedo de un enfermo mental, y que eso además ni siquiera debería parecerme raro. Aún puede uno encontrarse que la gente, para dar miedo, se disfraza de loco. Y en la televisión o en los juegos tratan de aterrorizarnos con enfermos escapados de un psiquiátrico. Pero aunque mucha gente no lo sepa, los enfermos mentales también son personas.

Los que salen por la tele intentando meter miedo a la gente son una ínfima minoría en la vida real. Sólo un 1% de la población padece esquizofrenia, y si levantas una piedra no sale un psicópata de debajo. Además, la mayoría de esa minoría no está tan loca como muchos se creen. Muchos podría decirse que sólo están locos en un aspecto de sus vidas, pero en el resto son como tú. Y como yo. Gente con una pérdida completa de contacto con la realidad hay muchísima menos que pacientes en una unidad de salud mental.

Pero supongo que mientras la gente siga ignorando por completo qué es la enfermedad mental, y peor aún, mientras siga queriendo ignorarlo, seguirá teniendo miedo de ella. Y seguirán marginando y despreciando a los que creen que no son como ellos, sin siquiera imaginar que la enfermedad mental viene a ser como una física: nadie, da igual su posición, su sexo, su raza o su profesión, es inmune a ellas.

viernes, 12 de febrero de 2010

La peluquería

El ambiente de las peluquerías, en general, a veces me hace gracia y otras veces menos, pero aunque no suelo participar de él sí que suelo observarlo.

Hace seis años que voy a la misma, y es una peluquería moderna que llevan unas chicas jóvenes. Antes de ir a ésa, fui a unas cuantas más, tanto de mi barrio, como de otros y de otras ciudades. En general vi en todas la misma tónica.

Hay revistas para que una pueda leer mientras espera a ser atendida, pero curiosamente casi todas son del corazón. También hay algunas sobre peluquería o con fotos de peinados, pero eso creo que es normal en ese sitio... No tanto así las revistas del corazón. Me parece un poco triste que se asocie el sexo femenino (porque aunque estas peluquerías son unisex, el 95% de la clientela es mujer) tanto a ese género que a mí particularmente no es que me produzca urticaria, pero no me gusta demasiado. Supongo que habrá muchas mujeres a las que les guste leerlas, pero estoy segura -o al menos espero- que tantas otras las aborrecerán y preferirían otro tipo de revista. En vez de tener cinco o diez revistas de prensa rosa, deberían tener varias de temas diferentes: decoración, videojuegos, bricolaje, motociclismo...

Otra cosa que me llama poderosamente la atención es el trato entre las clientas y las peluqueras. Muchas se hablan como si se conocieran de toda la vida, y lo entiendo, porque las hay que cada semana van a la peluquería aunque sea sólo para peinarse, pero hasta cuando sabes que la clienta es nueva (por ejemplo cuando la peluquería a la que voy ahora estaba empezando), las mujeres se toman una confianza increíble con las peluqueras, casi como si por ser peluqueras tuvieran que ser a la vez sus confidentes. Ellas no parecen incómodas con eso, pero no sé hasta qué punto será sólo fachada o realmente disfrutan con ello. Supongo que dependerá de la peluquera y de la clienta: unas serán más sociables que otras y unas les caerán mejor que otras.

Cuando voy a la peluquería nunca suelo coger una revista, y las pocas veces que lo hago tomo una de esas para ver las fotografías de los peinados. La mayoría son horripilantes y no se los pondría ni a un dibujo improvisado en un día de mucho aburrimiento, pero me gusta mirarlos. Y a las modelos, sus ojos, sus posturas, su piel, sus caras... O si no miro y oigo a las demás personas a mi alrededor, lo que pasa en la calle o hablo con alguien si voy acompañada. Sí, porque tampoco hablo con las peluqueras mientras trabajan conmigo, por mi escasa habilidad (ya más a propósito que natural) para dar conversación a desconocidos y también porque a veces creo que pueden estar hartas de tener que hablar durante todo el día por obligación y escuchar la vida y obra (o más bien cotilleos y penas) de todo bicho que les entre por la puerta.

No sé si las raras son ellas o si la rara soy yo. Para mí, cómo no, lo son ellas. Supongo que para ellas lo debo ser yo, pero no me importa. A mí me gusta así.

Savoir qui je suis

Il faut que je te parle de moi...
C'est vrai qu'entre nous ça ne va pas très bien...
La vie sépare nos chemins,
et puis peu à peu elle nous entraîne
chacun vers son destin...
Et ne m'en veux pas...
Si je dois trouver ma vérité,
pardonne-moi...

Je veux découvrir qui je suis vraiment...
Je ne suis pas de ce monde,
est-ce que tu le comprends?
Chacun doit trouver sa place dans la vie,
et dès maintenant...
Je dois savoir qui je suis...

Je ne veux pas tout oublier...
Mais j'avais tant de rêves et je les vois tous s'envoler...
Une autre journée de ciel gris...
Et ça fait trop mal de regarder le temps qui s'enfuit...
Je m'en vais là-bas
car je doit trouver ma vérité...
Pardonne-moi...

Je veux découvrir qui je suis vraiment...
Je ne suis pas de ce monde,
est-ce que tu le comprends?
Chacun doit trouver sa place dans la vie,
et dès maintenant...
Je dois savoir qui je suis...

Je n'oublie pas
tout ce qu'il y a eu entre nous...
Ne m'en veux pas!
Je ne voudrais pas te mettre à genoux...
Car c'est ma vie!
Je veux aller jusqu'au bout...
Je dois me détacher de tout...
Oui...

Je veux découvrir qui je suis vraiment...
Je ne suis pas de ce monde,
est-ce que tu le comprends?
Chacun doit trouver sa place dans la vie,
et dès maintenant...
Je dois savoir qui je suis!

Je veux découvrir qui je suis vraiment...
Je ne suis pas de ce monde,
est-ce que tu le comprends?
Chacun doit trouver sa place dans la vie,
et dès maintenant...
Je dois savoir qui je suis...
Je dois savoir qui je suis...
Je dois savoir... qui je suis...

Lââm, Savoir qui je suis

miércoles, 10 de febrero de 2010

El amante invisible

Se sentó en un pequeño escalón, y desde él vio pasar las horas. Las horas, sin embargo, no se dieron cuenta de que ella estaba allí. Se fueron sin decir nada y cuando miró el reloj ya sólo le quedaba una, que pareció tomarse su tiempo en pasar.

Hacía ya rato que había anochecido cuando se levantó. La fina llovizna que le había hecho compañía aquella tarde de manera intermitente le había desaliñado el pelo, y se lo había convertido en una maraña de bucles indómitos que parecía tener difícil solución.

Sabía que él no llegaría. Lo sabía incluso antes de citarse con él ese día, pero aun así acudió al lugar donde habían acordado encontrarse. Volvió a esperarlo un día más, pero tampoco apareció. Era posible que ya no lo viese más. Ni su cara, ni su olor, ni el eco de su voz. Nada que le perteneciese la acompañaría.

Así pasaron días, semanas, e incluso meses. Lo cierto es que nunca supo cuánto tiempo hubo pasado, pero un día ya no sintió el deseo de irse después de clase a esperar a que no llegara. La recompensa de volverle a ver dejó de parecerle apetecible, y el libro más aburrido de su estantería conseguía emocionarla más que imaginar de nuevo ese improbable reencuentro.

No le había olvidado, pero por fin había aprendido a vivir sin él y ya no le importaba si le seguiría recordando para siempre.

martes, 9 de febrero de 2010

¿Cuánto quiero que me importes?

Estaría bien que lo que le importase a una persona se pudiese medir, y mucho mejor que fuera posible regularlo. Así no habría engaños, ni dudas, ni confusiones. Dos personas podrían decirse exactactamente cuánto se importan, y ante la disparidad, una de las dos podría decidir que la otra le importase más, o que le importase menos, para compensar. Incluso se podrían poner de acuerdo e ir variando un poco de vez en cuando.

Me pregunto si es posible algo así. Desde luego que no sería fácil, porque al menos yo no decido cuánto me importa algo o alguien. Son cosas que pasan sin querer, y que son provocadas por un conjunto de factores que interactúan de diferentes e infinitas maneras. Pero estaría bien si uno se pudiese proponer que alguien le importase menos y conseguirlo.

Supongo que si uno decide que quiere que otro le importe menos es porque libran en él una batalla cabeza y corazón. El primero cree que esa persona le importa demasiado. El segundo disiente y no puede hacer más que preocuparse por el otro. Si fuésemos capaces de controlar nuestras emociones, si pudiéramos elegir eso, estaríamos dando la victoria a la cabeza. Y si la cabeza necesita asistencia para ganar, es que a uno le domina el corazón. Imagino que porque ahí vive la gente que le importa a uno, aunque esa gente a veces no se dé ni cuenta.

Teatro

Estoy cansada de ese teatro de fingida indiferencia.

sábado, 6 de febrero de 2010

Los días negros

Los días pasan y, en general, se suelen parecer bastante unos a otros. Hay tantas cosas cotidianas que se repiten una y otra vez que pasados unos cuantos días, meses, y ya no digo años, uno se olvida de qué día exactamente sucedieron unas y no otras. Sin embargo, a veces, un día cualquiera puede destacar por cualquier cosa que nos hace daño, y entonces, todas esas pequeñeces que en otra ocasión habríamos olvidado, se graban a fuego en nuestra memoria.

Es por eso que, aunque ya hayan pasado más de once años, aún recuerdo esos tres días. Quiénes estábamos con ella. Lo que dijeron en las noticias aquella tarde. Cómo se rió frente al televisor. El tacto de su piel al darme el último beso de despedida. Sus manos cruzadas a la altura del pecho. Su color delatando su enfermedad. Su sonrisa tratando de ocultarla. Y luego a aquella chica de clase a la que felicité por la calle, porque era su cumpleaños. Que estaba sentada en la cama de mi hermana cuando llamaron. Lo que dijo mi madre al oír la noticia. Su nerviosismo por tener que ser ella quien se la transmitiese a él. El vacío. Despertar y notar esa sensación que te oprime el pecho cuando tienes la resaca de un mal día. El deseo de que lo sobrenatural fuese real. Su abrazo. Sus lágrimas. La tristeza.

Todo lo demás se va, y si no se va se queda aparcado y, hasta que no ves, oyes, hueles algo en concreto, o alguien te dice alguna palabra clave, no te acuerdas ni de que estaba ahí latente, esperando a ser desenterrado algún día. Pero los días negros no necesitan de ninguna clave ni de ningún sentido. No necesita uno ayuda para recordarlos, porque sencillamente nunca se olvidan, ni queriendo ni sin querer.

viernes, 5 de febrero de 2010

A true friend

'A true friend is someone that knows everything about you and loves you anyway'.

Kurt Cobain

jueves, 4 de febrero de 2010

Desengaños

Cuando uno sufre el primer desamor lo pasa muy mal. Parece que el mundo se va a acabar, que no va a existir nadie más para nosotros que esa persona a la que tanto hemos querido, que la vida deja de tener sentido, que jamás vamos a superar aquello... Pero en realidad, luego, nada de eso ocurre.

El mundo sigue, ajeno a nuestros desengaños o a nuestra tristeza. La vida sigue significando algo para nosotros, igual que lo hacía antes de conocer a... Con el tiempo lo superamos, e incluso conocemos a otra persona que nos hace recordar que ya olvidamos a la otra, porque empezamos a sentir por ella cosas que ni siquiera por aquélla llegamos a sentir.

Entonces llega un segundo desamor. Tal vez se piense que esta vez es diferente. Que éste "sí" era el amor de nuestra vida, y que todo eso que temimos inútilmente que nos sucediera con esa otra persona nos pasará ahora con ésta. Pero no. El mundo gira, la vida también, y vuelta a empezar. Es por eso que no entiendo a la gente que aun habiendo pasado varias veces por lo mismo, sigue creyendo que el mundo se acabará con cada desengaño que se lleve.

Querer y tener a alguien a nuestro lado es precioso, pero no es imprescindible. La vida no consiste sólo en enamorarse. El amor es muy importante, pero no se acaba en el amor romántico... Por eso el mundo continúa existiendo aun cuando nuestras relaciones se terminan.

lunes, 1 de febrero de 2010

Tarde, como siempre...

Llegaba tarde. Hoy llegaba tarde. En otros tiempos no habría sido una novedad, porque la puntualidad nunca ha sido lo mío, pero últimamente me había acostumbrado a un horario decente y lo estaba respetando. Pero me había entretenido con la cosa más absurda y llegaba tarde.

En un semáforo se paró mi autobús. Como siempre, de no ser porque pasados unos minutos todos los coches de alrededor reemprendieron la marcha y mi autobús seguía parado. Tenía prisa, llegaba tarde, pero estaba tranquila. Observaba cómo los otros vehículos me pasaban por al lado, me adelantaban, y finalmente se perdían por la carretera. Y me daba lo mismo.

Al final el autobús se puso en marcha y siguió su camino. No tengo ni idea de si aquellos otros coches llegaron a tiempo, se pararon en cualquier otro punto o se perdieron dando vueltas y aún siguen sin saber dónde están. Sólo sé que al final llegué un poco más tarde a la parada donde me suele dejar el autobús. Anduve más deprisa hasta la escuela y compensé con creces el tiempo que había perdido entreteniéndome con tonterías antes de salir y el que me hizo perder el autobús, parado mientras el resto del mundo andaba. Y llegué a tiempo: llegué antes que la profesora.

Con esto quiero decir que no pasa nada si perdemos el ritmo, porque se puede volver a coger. Da igual si todos nos pasan, porque tal vez sus escollos les lleguen después. Y si no les llegan tampoco importa. La vida no es una carrera de obstáculos para todos ni una competición, nos parezca justo o no. Cada uno debe mirar su camino y tratar de recorrerlo de la mejor manera posible. Y si uno se tropieza, se vuelve a levantar. Y si se pierde, se vuelve a encontrar. Y si llega tarde corre un poco y le gana al reloj.