Cuando nos ocurre algo destacado, y especialmente si es algo malo o desagradable, muchos solemos hacer una revisión hacia atrás de todo lo que pudo hacer que sucediese, y, especialmente, de lo que creemos que podría haber hecho que no.
Colocamos los sucesos previos al hecho en cuestión formando una cadena, pero una cuyos eslabones no son iguales ni es prescindible ninguno, pues sólo cambiando uno, el resultado habría sido diferente. Por ejemplo, si no hubiese salido esta tarde, no habría pasado. Y si aun habiendo salido hubiésemos tardado un poco menos, tampoco. Si lo hubiera visto habría podido hacer algo. Si se hubiese dado cuenta sólo un poco antes, habría podido bajar e ir tras él.
Esas cadenas pueden ser de mil formas diferentes y pueden tener razón o no, pues tal vez hubiese sucedido lo mismo hubieras salido más tarde o más temprano. O bien vemos sólo la alternativa que más nos complace, pues si hubieses bajado y hubieras ido tras él, quizás hubiese sido peor. Tal vez te hubiese hecho daño, o quizás vivieses el resto de tus días intranquila con sus ojos en tu retina, temiendo unas represalias que nunca sabrías si iban a llegar o no.
En realidad es bastante frecuente construir esas cadenas, pero también hay que aprender a romperlas, porque la mayoría de las veces perdemos el tiempo pensando en qué podría haber pasado, en qué podríamos haber hecho, y todo eso nos ciega y no nos deja ver qué debemos hacer con lo que ha pasado de verdad.