La televisión, el cine, la radio, las revistas, Internet... Los medios nos van dando a lo largo de nuestras vidas un montón de personajes conocidos a los que la mayoría de los mortales ni conocemos ni llegamos a conocer nunca. Pero aunque uno no trate con ellos, ya sólo con seguir sus carreras en el cine, la música, o donde sea, les va cogiendo cariño. O manía, o asco, o infinidad de cosas. Lo mejor es sin duda cuando les acabas teniendo algo así como una especie de aprecio.
En el fondo es agradable cuando ves en la gran pantalla a alguien a quien tú conoces desde que tienes uso de razón. Sabes que él de ti no sabe ni que existes, pero para ti esa persona sí que es alguien. No es como un amigo ni como un familiar (o no debería serlo...), pero es como un conocido para ti. Lo has visto crecer, engordar, adelgazar de nuevo, perder pelo o echar sus primeras canas, has seguido sus líneas de expresión y te has ido fijando en cómo se iban convirtiendo en arrugas... Y disfrutas con sus éxitos, lamentas sus fracasos, y si un buen día te dijesen que ha muerto y que esta vez no era en la ficción, es posible que hasta derramases alguna lágrima.
Parece una suerte de magia con la que por desgracia muchos no se conforman, llegando a importunar e incomodar a sus actores, actrices o cantantes favoritos sólo porque salen en la tele. Se olvidan de que esa relación es unidireccional. De que además es normal que sea de esa manera. Y sobretodo de que es mejor así, porque también son personas y esa suerte de hechizo uno lo tiene más bien con sus personajes, de modo que con ellas realmente se desvanecería el encantamiento.