lunes, 26 de octubre de 2009

I haven't a clue...

'Of all the mistakes I've made in my life... If you could reset them... Where would you start fixing them...?'

Nana, Nana

Discotecas

No sé por qué, pero cuando las veo por televisión se me quitan las improbables ganas que pudiera tener de ir a una. Normalmente a la gente joven le gusta salir, pero en ese sentido soy una excepción. Aun así, un par de veces al año no hacen daño, y aunque a muchos les parezca imposible, los que somos más tranquilos somos también capaces de pasarlo bien en un sitio así.

De todos modos, y sin volverme loca, no me parecen ni mucho menos desagradables -salvo alguna, pero es raro esto...-, y en la pantalla se me antojan antros asquerosos de los que mejor es mantenerse alejado. Las venden como repletas de jóvenes alcohólicos y drogadictos sin un ápice de responsabilidad, pero esa imagen no es del todo cierta.

No soy tan inocente como para pensar que eso es mentira, pero mi experiencia se ha encargado de demostrarme que tampoco es todo. Quizás sea que yo salí poco, o que uno se encuentra con lo que busca, pero nunca me ha dado una discoteca esa impresión agobiante y repugnante cuando las he visto en persona.

Tal vez el edificio y su funcionamiento sean lo de menos. Puede que todo dependa, simplemente, de la actitud de quienes van allí. Así que supongo que, simplemente, mi actitud y la de los que las graban para un programa o las reproducen en el cine es completamente diferente: yo busco algo que no tiene nada que ver con el morbo que anhelan ellos. Por eso será que se pueden ver cosas tan distintas dentro de lo mismo.

domingo, 25 de octubre de 2009

Ya no eres el mismo...

Hoy, tú te vas,
lastimando sin querer,
sacudiendo todo aquello que soñé...
Hoy no será, y me cuesta comprender
tus razones para huir de mi querer...
¿Y por qué insistes en separar?
Si en el fondo nos amamos
y no queremos terminarlo...

Y ya... Ya no eres el mismo...
Ahora que me pides que me pierda,
que te espere, que me aleje...

Y yo no entiendo...
Ya no eres el mismo...
Ahora pretendes que desaparezca,
que me frise en sentimientos,
que te espere aunque no quieras regresar...

Hoy tu corazón dice que esto nos conviene,
para sanar, pero hace daño y me duele...
Hoy tus palabras son un filo que me hiere,
y en el eco de tu voz mi alma muere...
Y aun así, insistes en separar...
Si en el fondo nos amamos
porque no podemos evitarlo...

Y ya... Ya no eres el mismo...
Ahora que me pides que me pierda,
que te espere, que me aleje...
Y yo no entiendo...
Ya no eres el mismo...
Ahora pretendes que desaparezca,
que me frise en sentimientos...

¿Y dónde estás? Tú no eras así...
Hasta tu voz es diferente...
Has cambiado de repente...
¿Y dónde estás? Sé que no eres así...
Dime qué tengo que hacer para que regreses...

Y ya... Ya no eres el mismo...
Ahora que me pides que me pierda,

que te espere, que me aleje...
Y yo no entiendo...
Ya no eres el mismo...
Ahora pretendes que desaparezca,
que me frise en sentimientos,
que te espere... aunque no quieras regresar...



Noelia, Ya no eres el mismo

Guardar las apariencias

Es un poco cansino ver como día tras día la gente hace o dice las cosas pensando sólo en las apariencias. Entiendo que es normal querer reflejar en nuestros actos lo que pensamos o sentimos, pero desgraciadamente no siempre es posible, y cuando no lo es, los demás deben sólo confiar en nosotros, aunque no puedan ver nada que les diga que somos sinceros.

Supongo que no es siempre factible contar con la confianza de los demás, y desde luego que están en su derecho si no nos la quieren regalar, pero es que creo que en realidad a la única persona a la que debemos cuentas es a nosotros mismos. Si tú sabes qué haces y por qué, si lo explicas... ¿queda acaso algo más que puedas hacer para demostrarlo? Probablemente no, pero es que, ¿por qué demonios tienes que hacerlo?

Cada uno debería ser libre de hacer lo que le apeteciese, sin tener una mirada instigadora cada vez que se hallase ante una bifurcación decidiendo qué hacer. Porque además, si coartas la libertad de otro para que escoja, no sé qué ganas. No sé de que le vale a nadie tener a su lado a alguien que está a disgusto, o por compromiso, o porque tiene miedo de qué pueda uno pensar de él si le dice que preferiría estar en otro lado.

Yo, por lo menos, no gano nada. Por eso me gusta dejar a la gente elegir. No quiero que parezca que me quieren... Sólo quiero que me quieran, y si no es así, saberlo.

viernes, 23 de octubre de 2009

¿Quién te pondría en mi camino?

Hay una sensación que me parece de las más agradables que hay. Es ésa de cuando ves a alguien que significa algo muy importante para ti y te da un vuelco el corazón. Si además en absoluto esperabas encontrártelo, se hace muchísimo más fuerte.

Es algo tan intenso que puede iluminar hasta el día más gris. Te quedas sin respiración, y por más que lo intentes no puedes apartar la mirada. Es como si el resto del mundo alrededor desapareciese para ti y sólo quedaseis esa persona y tú... Y solamente cuando le pierdes de vista vuelves a la realidad. Pero no vuelves del mismo modo en que la habías dejado.

Paseas sobre una nube y tienes tanta energía que no tienes ni idea de qué hacer para gastarla toda. Si tenías sueño, desaparece. Si estabas cansado, lo mismo. Y si tratas de descansar, una especie de resorte te pone en pie hasta que horas más tarde consigues dominarte. ¿Horas? A veces pueden ser necesarios días, y sólo por cinco segundos observando a una persona y por casualidad.

Hacía tiempo que no lo sentía. Y hoy me ha pasado. Benditas casualidades.

miércoles, 21 de octubre de 2009

En realidad...

Tal vez no esté todo perdido.

Limitaciones culturales

Es increíble la influencia que es capaz de tener la cultura sobre la gente, incluso sobre los que nos pensamos un poco rebeldes en cierto sentido. Si nos parásemos a pensarlo, nos daríamos cuenta de la de cosas que nos prohibimos hacer o hasta pensar, y de las que preferiríamos dejar de lado y nos han convertido en sus esclavos.

Hay tantas cosas que están mal sólo porque así está visto en nuestra cultura... Si observamos otras nos damos cuenta de que, para ellos, lo que nosotros hacemos o como nosotros pensamos es absolutamente extraño, cuando no absurdo. Así que, en tanto que la cultura es algo arbitrario y establecido casi al azar, no es de extrañar que muchas veces nos sorprendamos cuestionándonosla.

De todos modos, hace falta mucho valor para ir en contra de tu propia cultura, pero cada día vemos que hay más valientes. Sin ir más lejos, un homosexual no es ni mucho menos ahora lo que era hace diez o veinte años, aun cuando ahora siguen estando mal vistos por ciertos sectores. Gracias a gente como ésa, gracias a gente que deja de tener más en cuenta lo que puedan decir los demás que lo que ella misma siente, el mundo seguirá avanzando. Y tal vez llegue el día en que estemos libres de yugos. Aunque quizás más de uno sea necesario para que todo esto no sea un caos.

martes, 20 de octubre de 2009

Demasiada confianza...

Dejarse llevar y confiar en la propia suerte no es precisamente la opción más segura que hay, pero a veces es tan fuerte la impresión de que si nos quedamos quietos una especie de corriente nos llevará a nuestro destino, que no podemos sino abandonarnos a ella.

Lo curioso es que a veces da resultado. Es como esa rana que cruzaba la calzada evitando los coches que le venían por todas partes. La guiabas y al final llegaba al otro lado. Ella sólo tenía que seguir los movimientos que tú le enviabas a través del joystick. Sólo debía dejarse hacer.

Pues así estamos más de una vez y otra. A riesgo de que nos atropellen, pero con la confianza absurda de que nadie lo hará. De que vamos a salirnos con la nuestra sí o sí. Tal vez no esté bien tener demasiada confianza, pero es que a veces es eso o sentir sobre los hombros el pesimismo tratando de de hundirnos cada vez más profundo. Así que mejor que sobre que no que falte.

Mal presentimiento

La gente muchas veces hace caso sólo a lo que quiere, pero no siempre es adrede. Una cosa muy común es que nos cuenten, o que nos veamos contando (ya que yo misma lo he hecho) algo malo que pasó tras tener un mal presentimiento. Pero en realidad, ¿cuántas veces lo tenemos y, sencillamente, no pasa nada?

Pueden pasar dos cosas: una, que al haber tenido esa sensación valoremos como negativo algo que quizás no nos habría parecido tan grave de no haber estado esperando algo horrible, y otra que nos pasen tanto cosas buenas como malas, como suele ocurrir, pero prestemos sólo atención a las que siguen la línea de nuestro mal presentimiento.

En realidad también está la opción de que realmente tengamos algo así como un sexto sentido, pero aunque a veces sea interesante pensarlo e incluso muchos lo consideremos, lo cierto es que son más plausibles aquellas otras dos posibilidades. A veces los misterios no lo son tanto, al fin y al cabo.

lunes, 19 de octubre de 2009

19 de octubre del año 2004

Ya hace cinco años. Por lento o rápido que pase el tiempo, por mucho o poco que viva, por más o menos que aprenda, parece que nunca termines de crecer. Y supongo que pasa porque la vida es así. Te hace descubrir mientras la investigas que nada tiene fin. Hay cosas que se acaban, pero quizás sea sólo porque, de las múltiples opciones que ofrecían, elegimos la que no tenía salida.

No importa cuántas veces pienses que eso ya lo tienes controlado. Que ya no vas a volver a caer. Que no te podrán engañar otra vez. Eso tampoco se acaba.

La solución no es dejar de confiar en la gente, pues uno sólo puede contraatacar evitando convertirse en aquello que le atormenta, pero con cada paso se hace más complicado. No es que te construyas castillos en el aire, es que te los hacen los demás, y a veces parece que sólo lo hagan para tener el placer de reírse en tu cara cuando empieces a echarlos de menos, sabiendo ellos que en realidad nunca existieron.

Qué más da... Por más que lo pienses luego siempre vuelve a pasar. Aunque te fíes sólo de unos pocos. Así que supongo que lo mejor que puedes hacer es no preocuparte y agradecer cada traición que descubres. Duelen, pero es peor vivir con una venda en los ojos.

I was right...

'Eventhough I can't give you happiness, at least I want to be by your side and be able to share your sadness with you... Once again... Please, take my hand'.

Komatsu Nana, Nana

domingo, 18 de octubre de 2009

Intereses

Si lo piensas, uno pasa muchos años en el colegio, y ahí se aprenden algunas cosas. Desde luego, o al menos en mi caso, muchísimas menos de todas las que te enseñan. Creo que eso pasa porque, y más siendo tan niños, nos cuentan cosas que no siempre nos incumben o nos interesan. Cuando eso pasa no es difícil olvidarse de ellas después del examen de rigor.

Más adelante, conforme pasan los años y nosotros vamos creciendo, también lo hacen y por diferentes motivos nuestros intereses. De repente nos podemos ver interesados por algo que recordamos vagamente haber visto años ha, y cuando ahondamos en ello es como si alcanzásemos una visión más global de lo que antes no acabamos de comprender. Es como si de cosas que nos dan igual aprendiésemos las partes, y de lo que verdaderamente nos llama pudiésemos ver el todo.

Es absurdo pretender que alguien retenga en su memoria todo aquello que ha estudiado alguna vez, especialmente cuando, por ejemplo, de 25 años llevas estudiando 21. No obstante, y aunque fastidie que a uno le obliguen a retener cosas que, en principio, no van a servirle para nada, es interesante verlas todas. Ésa es una de las maneras de ir desarrollando los propios intereses, y nunca deja de ser interesante tener nociones de todo un poco. Sólo cambiaría la obligatoriedad de examinarse de ellas, pero lo cierto es que si no fuese así, muchos entre los que me incluyo no nos molestaríamos en dedicarles algo de tiempo.

Lo ideal sería que siempre nos pudiésemos sorprender. No saber tanto como sabemos. Que pudiésemos suspender y luego descubrir que no pasa nada por no dominar todas las materias. Así al menos les daríamos una oportunidad.

Fantasías aparte, es bonito mirar atrás y darte cuenta de cómo has ido adquiriendo todos tus intereses. Y cuanto más atrás se remontan, más lo es.

Personalizar tus cosas

Hay gente que detesta los adornos. Yo no es que utilice demasiados, pero sí que me gusta hacer uso de algunos de ellos.

Las cosas, de serie, son todas iguales. De uno depende ponerles algún toque personal, y a mí eso me encanta. Sin recargar nada, ya que eso personalmente me empalaga un poco, me gusta que todo tenga algo de mí, y también me gusta cuando veo algo de otra persona con su propio toque personal.

Al personalizar las cosas las hacemos un poco más nuestras. Es como si hablasen de nosotros. Aunque suene estúpido puede ser así. Si adorno el monitor con un peluche o un adhesivo, si en el teléfono tengo una oveja negra, si en mis manos hay ciertos anillos y en una determinada posición... Todo eso es por algo. No es fácil adivinarlo, pero sí es entretenido intentarlo. Cuánto más descubrirlo.

Aun cuando la gente no personaliza las cosas que tiene, ese hecho nos dice algo de ella. Ni mucho menos quiero decir que todo eso nos cuente cómo es una persona, pero sí son detalles que nos pueden ayudar a completar el puzzle que son los otros. Son pistas que hacen más amena la partida. Y a mí me encanta jugar.

El mundo en llamas

En un mundo de papel, el fuego lo destruye todo. Por eso es el enemigo. Da igual si te dibujaste una sonrisa o te hiciste una bola para que nadie leyese lo que había escrito en tu cara, pues él acaba con todo eso y sólo deja de ti cenizas.

Ahí estás desnudo, y él lo sabe. Era a donde te quería llevar y tú, aunque hayas tratado de darle esquinazo, has acabado consumido por el fuego. Tal vez hasta te sintieses atraído por el calor y acabase ésa por ser tu perdición.

Tú mundo no es el suyo. Eso piensa él, y por eso quiere verlo desaparecer. Pero vive en él aunque lo deteste, y seguro se consumirá antes que su mundo, aunque antes de hacerlo lo dejará plagado de cenizas, y mientras su llama se extinga, no podrá evitar contemplarlas con una ligera o amplia sonrisa de satisfacción.

sábado, 17 de octubre de 2009

Improvisación

En el fondo me gusta. Jode bastante pasarte meses preocupada porque algo salga como quieres y que llegado el gran momento todo pase de cualquier forma menos de la que habías planeado. En esas situaciones no te queda otra que improvisar, porque tirar la toalla no es una opción.

Estresa inventar soluciones y encontrar salidas al paso cuando se trata de algo que, por alguna razón de peso, requería una preparación bastante larga, pero al final te acabas desenvolviendo bien y casi no se nota o no se nota nada que has ido improvisándolo todo sobre la marcha. Y no sólo eso, también te das cuenta de que no siempre es necesario volverse loca planeando algo: con menos puede salir. A veces, incluso mejor que mirándolo todo con lupa.

En realidad que las cosas se tuerzan las hace un poco más interesantes, y si las sabemos manejar, ganamos en autoconfianza y en autoestima... Y es que luego una se siente increíblemente bien al verse finalmente capaz de algo que al principio creía imposible.

jueves, 15 de octubre de 2009

Falsas esperanzas

Sé que hay gente que necesita alimentarse de falsas esperanzas, pero yo no soy una de ellos. En la vida pasan muchas cosas, y uno elige que pasen otras tantas, pero la mayoría escapa a nuestro control.

Una enfermedad, un accidente, una posibilidad matemática remota... o incluso la suerte o el azar. Muchas de esas cosas implican que uno no sepa lo que va a ocurrir. En algunos casos, de hecho, nadie puede saberlo. Ni siquiera un profesional.

Es a veces desconcertante o aterrador convivir con la incertidumbre, así que es muy loable que la gente que te rodea trate de animarte. Pero una cosa es animarte y otra darte falsas esperanzas. Eso creo que no beneficia a nadie, en primer lugar porque hay quien llega a creerse que lo que le dice el otro es verdad y se hace ilusiones sobre algo que sigue siendo igual de incierto que antes, y en segundo porque a veces, aunque la estadística, la suerte, el azar o lo que sea tengan mucha importancia sobre nuestro futuro, suele haber algo que podemos hacer nosotros al respecto, y confiándonos al destino o a nuestra propia fortuna a veces dejamos de actuar y el peso empieza a caer todo fuera de nuestros límites.

La vida es como es. A veces más dura y a veces menos... Pero al menos a mí me gusta verla como viene, y no disfrazada para acabar llevándome un chasco más tarde.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Teoría de la mente

Posiblemente el paradigma más conocido para comprobar si un niño tiene teoría de la mente sea el de la falsa creencia. Vayamos por partes.

En primer lugar, se suele llamar teoría de la mente a la capacidad de metacognición, es decir, a la capacidad para pensar acerca de los propios procesos mentales (y de los ajenos después). Gracias a ella somos capaces de atribuir a otras personas emociones, por ejemplo, o diferenciamos lo que es real -esto es, lo que existe en el mundo exterior a nuestras cabezas- de nuestros sueños o pensamientos. No nacemos con ella, sino que empieza a surgir a eso de los 2 años y, hacia los 9, se parece a la que tenemos de adultos.

Bien, pues la falsa creencia es una especie de prueba que se puede pasar a los críos para comprobar si tienen o no teoría de la mente. Es más o menos como sigue: se presenta una escena en la que una niña juega con otra y con una canica; después la guarda en un cajón y se van ambas, para volver la primera un poco más tarde y cambiar de escondite la canica (metiéndola en un baúl) y marcharse otra vez; finalmente vuelve la segunda niña y se pregunta al niño al que estamos evaluando dónde buscará esa niña la canica. Normalmente, antes de los 5 años no tienen en cuenta que esa niña no ha visto lo mismo que ellos y responden que la buscará en el baúl, cuando lo lógico es pensar que lo haga en el cajón.

Pues bien, eso que en teoría, y nunca mejor dicho, alcanzamos cuando tenemos más o menos un lustro de vida, creo que muchos apenas lo rozan durante toda la suya. Estoy harta de que mucha gente pretenda que sepas lo mismo que ellos saben sin tener por qué. De que te hablen con desdén por ignorar cosas que es normal que no sepas, y de que se molesten si les pides que te las expliquen.

Todo eso cuando no te ponen de tonta para arriba por no ser capaz de deducir lo que ellos han descubierto proporcionándote sólo un ínfimo porcentaje de los datos con que cuentan ellos.

O quien estableció esa edad lo hizo mal, cosa que realmente dudo, o más de una y de dos personas siguen teniendo menos de 5 años. Al menos, en sus cabezas.

martes, 13 de octubre de 2009

Otro martes 13

Hoy es otra vez martes 13. Me siguen gustando y sigo queriendo un gato negro, pero me tuve que conformar de momento con pasar por la administración de lotería así llamada y con comprar en la tienda de disfraces que, casualmente, también se llama así. Hoy, al final, hemos tenido suerte.

Conversaciones inteligentes

Suelo llamar conversaciones inteligentes a aquellas que te hacen pensar continuamente, y de un modo tal, que te hacen concentrar en ella casi sin darte cuenta todos tus recursos atencionales.

Es difícil tener una, porque no todo el mundo es capaz de hacerle reflexionar a uno de ese modo y porque no son las más frecuentes, incluso entre quienes son lo suficientemente hábiles y compatibles para tenerlas entre sí. A menudo la gente prefiere conversaciones más banales o que sean más sencillas de llevar.

He de decir que, a pesar de llamarlas como las llamo, no hago o no quiero hacer referencia a ningún nivel -por llamarlo de algún modo- de inteligencia entre los conversadores. Quiero decir que gente como yo, de inteligencia normal, es perfectamente capaz de tenerlas, y ni mucho menos están reservadas para gente especialmente dotada. Más que en quien habla, la inteligencia reside en las conversaciones, si bien es verdad que quienes la tienen algo deben poner de su parte.

De todos modos esto es subjetivo. El esfuerzo que algo me requiera a mí y el que eso mismo le requiera a otro puede variar. Cualquiera puede considerar a una conversación inteligente, dada la subjetividad del término.

Sea como sea, a mí me gustan y, en cierto modo, las echo de menos. La pena es que sé que algunas no van a volver... cosa que puede ser también alegría.

domingo, 11 de octubre de 2009

La capacidad de sorprender

A veces es curioso encontrarte en ciertas situaciones, de esas que uno piensa que no habría creído que ocurrirían si se lo hubiesen contado antes, y recordarte años atrás, cuando eras así de escéptico con respecto a tu propio futuro. Es como si pudieses verte a ti en aquel entonces, y una gran nube de ingenuidad levitando sobre tu cabeza.

Pero más gracioso aún es pensar en otro y en el presente. Cuando por la razón que sea te ves haciendo algo que es otro el que jamás imaginaría que tú hicieras y te lo imaginas donde esté, ajeno a lo que está sucediendo, sientes algo raro. Como una especie de poder.

No me refiero a un poder de los que son capaces de someter a otro ni nada por el estilo, sino al de sorprender. Es como si pudieses cambiar la expresión en el rostro del otro sólo con contarle aquello que él no se esperaba.

Menos divertido es, eso sí, cuando somos nosotros los sorprendidos. No siempre, y no tiene por qué, pero no es raro que las sorpresas que nos aguardan, de ese tipo, sean desagradables. Las decepciones más o menos se suelen fraguar así... Pero si uno piensa en cuando es él el que desconcierta y que, aunque le pueda pesar que siente mal al otro, lo hace siendo quien realmente es y haciendo lo que en verdad quería, no puede más que darse cuenta de que, con decepción o sin ella, ha tenido la oportunidad, cuando le pasa eso, de ver cómo era en realidad la otra persona.

Aunque a veces duela, es mejor saber qué cartas hay sobre la mesa antes de empezar a jugar. Y, sobretodo, es una suerte que no todas estas sorpresas nos importunen: algunas nos alegran enormemente, pues vemos hecho realidad -por otros o por nosotros- algo que deseábamos que pasara pero sobre lo que no teníamos puestas demasiadas esperanzas.

jueves, 8 de octubre de 2009

如何して?

"¿Por qué aunque todos nuestros sueños se hagan realidad no conseguimos ser felices?"

ハチ, ナナ

miércoles, 7 de octubre de 2009

Algo así como luto

No sé si a otra gente le pase, pero a mí sí que me ocurre que, cuando leo un libro que me gusta, o cuando veo una serie que me encanta, una vez los termino, necesito esperar un tiempo hasta poder empezar otros.

No es porque quiera descansar entre medias o porque no tenga tiempo... Nada de eso. Lo que me pasa es que necesito guardar una especie de luto a los personajes que he dejado atrás. Me sigo acordando de ellos bastante durante los días que siguen, y si acaso empiezo otra obra, especialmente si ésta no es tan buena como la anterior, apenas puedo simpatizar con los personajes, que están de algún modo usurpando a aquellos a los que tanto cariño cogí.

A más de uno quizás le parezca demencial, pero nadie mejor que yo sabrá que no lo es. Raro puede ser, pero a mí en cierto modo me gusta. Lo que no me gusta tanto es que me enamoren más personajes ficticios que reales... Es una pena, porque somos capaces de pensar gente que luego rara vez existe, aun cuando estos ni siquiera sean ideales y tengan sus defectos; pero a la vez se torna también una alegría: de otro modo que no fuese el de mentira me temo que no podría conocer a tanta gente que me gusta.

Violación de la abstinencia

La ley de violación de la abstinencia viene a ser como eso que se suele decir de "de perdidos al río". Según esta ley, cuando uno tiene unas determinadas reglas que cumplir y se las salta, se las sigue saltando hasta hartarse, porque, total, ya no importa. Aunque lo cierto es que sí que importa.

Por ejemplo, si alguien está a dieta y se come un helado, no es poco probable que piense que una vez saltado el régimen ya da igual si se atiborra, cuando en realidad no es lo mismo un helado que éste más varios dulces, unos batidos y, en fin, un cóctel de calorías. Pero no sólo a dietas se aplica esta ley: jugadores patológicos que se saltan el tratamiento y una vez van al casino ya no salen hasta estar en bancarrota, alcohólicos que pasan de tomar una copa a emborracharse por completo, bulímicas que empiezan con un pastel y terminan con todo lo que había en la nevera...

De todas formas esto ocurre también con cosas menos problemáticas o más cotidianas, si se prefiere. Gente que falta a un par de clases y ya acaba dejando colgado el curso. O los que empiezan hurgándose una herida y no paran hasta que se la destrozan. También los que gastan más de lo que habían previsto y ya se terminan de fundir el dinero. Casos del estilo hay a patadas, pero esa ley no es como otras: ésa no hay por qué cumplirla.

Por muy mal que se sienta uno al saltarse las normas que a veces uno mismo se ha impuesto, no pasa nada. Es humano caer y también recaer, pero eso no implica hundirse por completo. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero con fuerza de voluntad debe ser más o menos sencillo. La putada es no tenerla... pero supongo que con otro tipo de fuerza, ésta se debe poder conseguir.

lunes, 5 de octubre de 2009

No sé

Recuerdo una vez de pequeña, en la catequesis si no recuerdo mal, o al menos en algún lugar relacionado con la religión, en que una chica gangosa trató sin demasiado éxito contar al grupo en el que yo estaba una conocida cita que venía a decir algo así como que si un hombre tenía hambre no debíamos darle peces, sino enseñarle a pescar. Nadie se enteró de nada, pero como yo ya conocía la cita y me había gustado, y yo no tuve problemas en descifrar que era eso lo que la muchacha había dicho, levanté la mano cuando preguntaron su significado y lo expliqué. Es curioso, porque de algún modo estaba dando un pez a aquella chica, pero entonces tampoco se me ocurrió otra cosa que hacer.

Hay gente que se libra -o al menos lo intenta- de muchas tareas, indeseables o no, arguyendo que no sabe hacerlas. Cuando le pregunto a alguien por qué no hace tal o cuál cosa y me contesta de esa manera, mi respuesta siempre suele ser la misma: aprende.

Entiendo que hay cosas muy complicadas o especializadas como para que podamos aprenderlas todas todos, pero con otras más sencillas no cuesta nada hacerse, y siempre es mejor ser capaz de desenvolverte sola con algo que andar todo el día preguntando. Además, si encuentras un buen maestro, aprender puede convertirse en el mayor de los placeres.

jueves, 1 de octubre de 2009

Extraña, nostálgica, etcétera

Hay días que te levantas extraña, nostálgica, pacífica, o vete a saber qué, ya sea porque te pasó algo o simplemente porque sí, y te entran ganas de repente de estar bien con todo el mundo. De perdonar a los que te han hecho algún feo o te han ofendido, de hablar con esos que un día fueron tus amigos y hoy no te dirigen la palabra ni tú a ellos...

Pero, por suerte o por desgracia, esa sensación no llega como un impulso, y no haces nada al respecto, al menos en un primer momento. Te planteas hacerlo y por ello empiezas a recordar qué pasó entre tú y esos que antes estaban cerca y ahora están tan lejos... Y empiezas a acordarte de por qué un día decidiste apartarte de su lado, y te das cuenta de que no fue por casualidad. Tenías un motivo y aún te sigue pareciendo lo suficientemente válido como para no mover un dedo. El rencor se come la extrañeza, la nostalgia... Se come la paz esa que un rato antes estabas anhelando y te deja a solas con todo lo que habías olvidado. Con las razones que tenías para distanciarte.

Me gustaría muchas veces equivocarme. Que no hubiese motivos, que todo hubiera sido culpa mía y sólo hiciese falta que yo pidiera perdón... Así la solución no estaría en mis manos, sino en las de quien tuviera que decidir si dejarlo todo estar y volver a mí u olvidarnos para siempre. Pero no suele pasarme eso. No dejo que los demás decidan, procuro hacerlo yo... Pero ni siquiera yo lo hago. Lo hace algo que se mueve dentro de mí y que me impide perdonar u olvidar ciertas cosas.

Al menos de vez en cuando -muy de vez en cuando- me reconforto con mis errores y tengo finales felices. Y dejo de sentirme extraña, nostálgica... Y el rencor ni siquiera viene a comer, y sólo me queda la paz.