Tu vida puede cambiar cuando menos te lo esperes. Ni siquiera hace falta mucho tiempo para ver grandes cambios. Unos años, unos meses e incluso unos días y, en algunos casos, unos segundos, son suficientes para que todo gire completamente. Algunas decisiones puntuales pueden condicionar lo que nos ocurra en adelante, y sucede que a veces una ni siquiera sabe cuáles son las que tienen ese poder.
Cualquier paso que demos en cualquier sentido puede dar en explosionar ese artefacto, y desde hace un tiempo parece que contemple esa posibilidad más de la cuenta.
Las cosas pueden salir bien, o pueden salir mal. Pues ya hace meses que paseo en una especie de noria desde la que, en algunos puntos, veo el maravilloso paisaje de que todo vaya como debería ir (o a mí me gustaría que fuese), y en otros contemplo la ruina y la devastación que podrían ser sembradas en mi vida si todo, cada cosa que pudiera torcerse, lo hiciera.
Parece que no hay término medio, o al menos yo no lo puedo ver. Quizás sólo sea que me gusta fantasear con el blanco pero a la vez quiero tener bien presente que puede volverse negro. No tengo ni idea, o igual un poco sí... Pero lo que sí sé es que en esa rueda, que se me antoja a veces una ruleta, yo voy a apostar por el blanco.