De los icebergs sólo puedes ver la punta. Con algunos problemas sucede lo mismo. La parte que cubre el agua nunca la ven los demás, y a veces cuesta un mundo cogerles de la mano y sumergirlos contigo para que puedan ver el fondo, para que conozcan los entresijos de todo lo que te sucede: por qué te preocupa y por qué te duele algo.
A veces procuro desviar el barco cuando intuyo que mi acompañante y yo vamos en dirección a uno de mis bloques de hielo, pero a algunos tripulantes les he dejado contemplarlos. Con pocos contuve la respiración para que viesen el resto. Porque la confianza es así, y a mí me cuesta darla y suelo temer equivocarme al repartirla. Por desgracia muchas veces lo hago.
¿Qué ánimo puedes tener de enseñarle algo tuyo, que además es profundo, a alguien, si ya menosprecia lo poco que ve en la superficie? No es difícil contestar: ninguno. Por eso me veo al final navegando sola...