Creo que es la forma más barata de viajar. Y no, no lo digo por el euro y pico que cuesta subirse a uno, ya que hay medios (al menos en mi ciudad) menos caros de desplazarse. Es porque, precisamente por esa razón, aquí apenas subo en uno un par de veces al año. Sin embargo, cuando estoy allí, me desplazo básicamente en metro y en tren, porque allí sí me merece la pena.
Por eso me basta entrar en uno para volver. Todo, estando en un tren, me transporta hasta esa otra ciudad.
Es el olor... el estampado de los asientos. La música y la voz que anuncian las paradas del tren. Se me hace raro que el otro idioma no sea el catalán, sino el inglés, pero ya lo susurro yo y dejo de echarlo en falta.
Me trae tantos recuerdos un simple vagón... Mi cara, reflejada en el cristal, hace que me acuerde de cuando fui por primera vez a aquel pueblo: vi también entonces mi sonrisa en la ventana mientras me lanzaba a la aventura. También cruzamos ella y yo miradas cómplices en el cercanías cuando pasamos por la parada a la que "su" pueblo da nombre. Luché contra el sueño mientras le enviaba mensajes una de esas veces en las que a punto estuve de quedarme allí.
Así, me gusta no pensar y quedarme mirando a ningún sitio. Por lo menos de ese modo vuelvo allí un rato. Un rato en el que siento que sólo nos separan un par de paradas y algún autobús, otra vez.