A la cualquiera le gusta que le adulen, que le piropeen, que le digan cosas bonitas... Menos a mí. O sí, pero sólo hasta cierto punto.
Puedo soportar las palabras amables y, está claro, me gustan como a todo el mundo, pero cuando exceden cierto punto y rozan el peloteo descarado e insultante de decir de alguien lo que mejor que nadie sabe que no tiene, no las aguanto. Se vuelven como un reflejo de todos tus defectos, pero que tuvo el mal gusto de disfrazarse de halago. Lo que me debería hacer sentir bien me termina haciendo sentir mal.
Es paradójico, porque luego apenas sufro un insulto en comparación, pero será que eso insulta a algo que valoro más que lo que los demás comenten: mi inteligencia.