Es interesante que casi todo lo bueno y lo malo se nos pase siempre por el pecho. Las mariposas ésas que a todos tanto nos gustan, con que se metan ahí durante algunos segundos, ya lo dejan todo patas arriba. Y el dolor, la pérdida o las decepciones también se clavan en el pecho, agujereándolo.
Quizás por eso cuando termina también nos duele el pecho. Los cristales de las ilusiones matan a las mariposas al romperse, y el vacío que sentimos no es sino lo que las echamos en falta. Y las punzadas de dolor que te atraviesan algo te traspasan el corazón, pero, aunque no lo parezca, eso es algo bueno: al menos significa que lo tienes.