Me hace gracia. La gente se toma muchas molestias en tratar de delimitar qué es ético y qué no lo es en la investigación. Se supone que cualquier experimento no se puede hacer porque, algunos, serían al fin y al cabo alguna manera de jugar con las personas. Qué hipocresía. Muchos de los que señalan con el dedo lo que está bien y lo que está mal en ese ámbito luego se dedican ellos a jugar con los demás.
Para eso no hay reglas ni leyes. Están las normas morales, pero son demasiado difusas. Si, por ejemplo, decido experimentar qué ocurre si le hago pensar a otro algo que no es real, nadie me meterá preso. De hecho muchos ni se darán cuenta si consigo envolverlo en un juego de sutilezas que encubra lo que verdaderamente estoy haciendo. Pero la realidad es que me apetecía jugar con alguien para ver cómo reaccionaba ante unas u otras cosas. Sigue siendo un maldito experimento, pero encima de mal hecho, incumpliendo hasta el código deontológico menos estricto.
Claro que no creo que eso deba eximir a los experimentadores de verdad, a los que la ciencia les avala, de cumplir con cierto rigor y tener en cuenta la ética a la hora de trabajar. Lo que pienso es que debería ser al revés: esas normas morales tan borrosas deberían ser más claras. Debería haber sanciones también para los que no tienen ética alguna fuera de un laboratorio. Para los que se ríen de los demás. Para los que juegan con la gente. Pero eso, aunque a veces y casi excepcionalmente se castigue, lo puede hacer cualquiera libremente y sin consecuencias.