Hay quien no se cree que sea mejor sentir algo, aunque sea el sentimiento más miserable que quepa imaginar, antes que no sentir nada. Posiblemente sean quienes no han sufrido ese coma emocional.
Recuerdo que alguna vez me echaron en cara precisamente eso, no sentir. Creo que ése fue, paradójicamente, el comienzo de una etapa sin sentimientos.
En realidad lo que pasa debe ser bastante sencillo. Y digo debe porque saberlo no lo sé. Es como si, después de sentir mucho, después de sentir demasiado, te acostumbrases a casi todos los sentimientos en su forma más expansiva. Así, cuando vuelven a aparecer poco después ya no te sorprenden. Lo que te lo hubiese removido todo tiempo atrás, ya te deja frío. En comparación, lo bueno nunca es tan bueno, y lo malo nunca llega a ser tan malo. Por eso uno se queda prácticamente como si no tuviese emociones.
Pero lo cierto es que sí las tienes. Lo que pasa es que se aburren de no alterarte y se duermen, se aletargan, y aunque te acompañen durante mucho tiempo, ya ni te das cuenta. La suerte es que, cuando empiezas a creer que es mejor vivir así, que se vive más tranquilo, porque de ese modo no te sientes raro por no sentir nada, se despiertan. Y es entonces cuando te das cuenta de cuánto te faltaban, y cuando después de la primera lágrima te asoma una sonrisa. Aunque estés triste, porque aunque sea lo que sea te apene, sentir es estar vivo, y eso siempre suele resultar una alegría.