Las personas podemos resultar tremendamente contradictorias. Hacemos que lo que es ni siquiera se parezca a lo que parece que es, y eso es porque, muchas veces, queremos, pensamos o necesitamos algo, pero damos a entender al mundo que lo que nos interesa es precisamente lo contrario.
Es como cuando te gusta alguien y lo que haces es ignorarle cuanto puedes para que él no se dé cuenta. O cuando aprecias a alguien y quieres lo mejor para él pero le haces daño continuamente tratando de que lo mejor para él sea lo que tú crees que le sentará mejor.
En realidad así es difícil conseguir nuestros objetivos. A veces una muestra contraria se entiende sin dificultad como paradójica, como cuando insultas a alguien que te cae bien y, en lugar de enfadarse, te devuelve la palabrota con una sonrisa en la boca. Pero cuando eso no está tan establecido, o tan claro entre las dos personas o entre tú y el mundo, es mejor no dar lugar a dudas, porque haciéndolo nos arriesgamos tontamente a perder lo que estábamos esperando y ahora tenemos delante.