miércoles, 7 de enero de 2009

Expectativas

La actitud que tenemos hacia algunas cosas y hacia algunas personas nos hacen tener ciertas expectativas acerca de cómo van a comportarse, qué van a decir o de qué manera. Entonces, cualquier cosa que digan mínimamente ambigua la interpretamos como lo que esperamos de ellos. Así he visto nacer un montón de discusiones.

Pero, ¿qué hacer? Es inevitable tener esquemas sobre los demás, como también lo es defenderse cuando uno se siente atacado. Podría decir que el truco está en no hacerles caso, pero la realidad es que son, de hecho, muy útiles, porque aunque fallen algunas veces otras tantas -más o menos... dependiendo de cada persona- aciertan, y nos ahorran un gasto cognitivo innecesario que nos agotaría si lo realizásemos cada día y con cada cosa que viniera de cada una de las personas con las que tratamos a diario.

Mi atajo, si bien no siempre lo sigo o no siempre me lleva a donde quería, es aprender a rectificar. Aprender a rectificar y a disculparme. Como ya dije, creo que es bastante natural tener ideas sobre los demás, pero si los hechos o ellos mismos nos acaban demostrando que estábamos equivocados, debemos admitirlo. Y, si procede, pedir perdón.

¿Nunca te han dicho que pensaban que eras un gilipollas y que luego, al conocerte mejor, has caído de puta madre? A mí me pasó alguna vez y esas confesiones me hacen sentir bien. Desde luego, prefiero que alguien me crea una imbécil y después de intimar más me crea algo mejor que no al revés... Así que, ¿por qué privar a los demás de tener esa sensación? Por no hablar, claro está, de que creo que es lo más justo. Para el otro, que sabe la impresión que puede llegar a causar -cosa que puede llegar a ser harto interesante- y para ti, que ganas en humildad y aprendes un poco cada vez que te equivocas. Porque para eso no sólo basta errar: también es necesario reconocerlo, ante los demás y, sobre todo, ante uno mismo.