Supongo que algo ha cambiado, sí... Y ahí también. Es curiosa la analogía que a veces podemos encontrar en cualquier cosa con respecto a algún aspecto de nuestras vidas. Ayer, viajando de una ciudad a otra, encontré una que bien podría describir la relación que mantienen dos personas. Justamente, una de cada ciudad.
Apenas las separan una hora y pocos minutos pero son completamente diferentes. Una, a pesar de ser costera, se me antoja muy fría. Salvaje, como las olas del mar que la acompaña y bañada, además de por él, por un manto de sencillez en toda ella: no tiene grandes monumentos ni una distribución especial, aunque, sin embargo, atrae a muchísimas personas. Quizás sea en parte por su claridad. La otra me parece más cálida, más acogedora... y mucho más tranquila. También es más oscura, aunque goza de numerosas piezas de arte repartidas por toda ella, incluyendo las fachadas de algunos de sus edificios. Gusta mucho a su manera, aunque sea algo más conservadora.
Pues como ellos dos: ella fría e indomable y él sosegado y amigable. Pero aunque ellas dos sean tan distintas, comparten el camino de una a otra, y ése sí que es diferente a ambas: grandes nubes concentradas en el cielo, que en realidad ocultan el cielo estrellado que las separa. Árboles, montañas, increíbles vistas capaces de superar a las que en cualquiera de las dos te encuentras. Es como si la suma de ambas fuese completamente diferente de sus partes por separado. Como si chocasen ahí en medio y aquello estallase en unos fuegos artificiales que tanto te embelesan con su belleza como te queman si te descuidas un poco...
Ellos son cada uno la suya, y juntos de esa manera. Capaces de lo más hermoso y de lo más oscuro... pero siempre con un buen fondo detrás, aunque a veces permanezca oculto.