Al principio parecía que no pasaba nada, pero poco después sí que pasó, sí... Mi cuello empezó a reproducir los latidos de mi corazón, y le siguió mi cabeza. El pecho se me llenó de vacío y paradójicamente parecía que se estaba llenando de nada y me iba a explotar.
Tenía miedo de abrir los ojos, pero finalmente lo hice y vi sus manos, dando palos de ciego en el agua en la que me estaba ahogando. Yo luchaba por cogerlas pero apenas podía mover las piernas para salir de allí: parecía que algo me retenía en el fondo, atrapándome.
Él estaban tan o más nervioso que yo. Sé que trataba de ayudarme, pero a veces intentando hacerlo sólo conseguía hundirme más. No me importó, ya que supo compensar la angustia de esos minutos extra sin respirar con la tranquilidad que a la vez me dio verlo mojándose por mí y saltando luego a rescatarme: eso es algo que pocos más hubiesen hecho. Y si hoy y ahora respiro es, en parte, gracias a él.