¿Cuántos cuatro de marzo había vivido? Muy pocos, y seguro que ninguno de los otros había pensado que esa fecha, el cuatro de marzo, sería años después la fecha de su muerte. El último día que vería empezar. El primero cuyo final se perdería. Cualquier día en el calendario puede convertirse de pronto en una fecha importante, y el cuatro de marzo ahora lleva su nombre.
Todo acaeció bajo el manto oscuro de la noche. Sobre mí tenía otro que me había echado encima Morfeo, y no fue capaz de destaparme hasta bien pasado el alba.
El despertar nocturno. Tocarla, y sentirla diferente. El momento justo en que alguien se da cuenta de que diferente es en este caso muerta, ese maldito adjetivo que puede presumir de ser irreversible. Pensar qué hacer. Debatirlo. Hacerlo. Llorar, maldecir e intentar mantener la calma, todo al mismo tiempo. Todo eso en la habitación contigua y yo durmiendo. Ajena absolutamente a lo que estaba sucediendo. No me despertó ningún ruido ni sospeché nada cuando alguien me avisó. Otra vez ocurrió algo importante y yo no estaba allí.
Ahora es difícil. Pago el precio de esa noche. Llevo haciéndolo doce meses. Cualquier ruido después de que el sol desaparezca, las luces artificiales se apaguen y la casa duerma me mantiene alerta. No quiero que vuelva a ocurrir algo y yo ni siquiera me dé cuenta. No quiero esa ventaja en forma de horas ignorando la desgracia a mi alrededor.
Quiero saber... Quiero estar, en lo bueno y en lo malo... Quiero no tener que recordar más fechas con un nombre escrito en negro. O hacerlo y escribirlo yo.