La gente que envidia la buena memoria no sabe lo que envidia. A veces me gustaría olvidarme de ciertas cosas o de ciertas personas y me es imposible. No puedo, y no es que sea una romántica que no es capaz de sacarse de la cabeza a alguien porque se niega a olvidarle (aunque debo reconocer que en alguna parte de mí, muy al fondo, se pasea a sus anchas ese sentimiento), sino que quiero y mi propio cuerpo me pone trabas.
Nuestro cerebro trabaja continuamente con asociaciones, y no sé si es que tengo una facilidad extrema para hacerlas, que soy masoquista y ni siquiera me doy cuenta, o qué me pasa, pero a veces recuerdo incluso cosas que ni me importan ni nunca me han importado. Y no lo entiendo, porque luego trato de memorizar la historia de la psicología, las miles de teorías que los cientos de psicólogos que ha habido y hay han elaborado o están elaborando, o un montón más de cosas por el estilo, y me cuesta cada vez más. Quizás sea que tengo la cabeza demasiado llena, y lo que es peor, llena de gente y de recuerdos que ya no quiero. Que ya no quiero tener.
Quiero oír tu nombre y no ver tu cara con la mirada perdida y esa pose de tío interesante. Quiero olvidarme de dónde eres y de dónde vives, y pasar por al lado sin que se me acelere un poco el pulso. Quiero que se me olviden la forma de tus ojos, el arco que forman tus cejas o la forma en que frunces el ceño. Quiero escuchar tus canciones y no recordar de dónde las habré sacado. Quiero irme a la cama sin dedicarte ni un solo pensamiento antes de dormirme. Quiero que sigas con tu vida y seguir yo con la mía, pero no recordar ni siquiera haberte conocido. Quiero mandarte a tomar por culo, pero de verdad, y que realmente te vayas a tomar por culo. Pero no puedo.