Hay gente que no puede escuchar la misma canción más de una vez cada cierto tiempo, porque si no se cansa de ella. Yo puedo llegar a escucharla un día entero, cuando es una de esas que por la razón que sea te llena, que te hace sentir especial, o importante, o que tienes la impresión de que forma parte de la banda sonora de tu propia vida, aunque me acabe acostumbrando a ella pocos días después y pierda su encanto poco a poco.
En realidad, si no lo hago de esa manera, es como si para mí perdiese el interés. Un día me puede fascinar una canción y al siguiente no de la misma manera, pero el día que ejerce su embrujo sobre mí, siento que debo exprimirla... y si acaso la quito la oigo en mi cabeza hasta que me quedo satisfecha. Es algo así como un vampiro que necesita beber hasta la última gota de sangre de su víctima, pase lo que pase o se interponga quien se interponga, y que siente que una vez ha terminado de hacerlo ya es capaz de morir en paz, pues aunque se sepa eterno, en ese momento, hasta eso se le ha olvidado. Algo parecido es el poder que tiene la música, o al menos el que a veces tiene sobre mí.
Normalmente la gente que se harta en seguida de la música no entiende cómo puedo quemar tanto las canciones, pero es sólo porque no entienden mi manera de disfrutarla, o la de los que la disfrutan como yo, en general. Pero no me importa, con poder seguir disfrutando así algunas canciones ya me vale.