Eso de ser seres sociales es a veces muy difícil. Muchas veces tengo la sensación de no dejar de hablar de mí misma, y aunque pienso en ello y trato de corregirlo preguntando cosas a mi interlocutor, después de un rato vuelvo a tener esa impresión. Lo más gracioso es que luego hay gente que se queja de que soy muy cerrada mientras yo tengo la impresión de ser demasiado abierta (y no hay dobles sentidos...), pero ése sería ya otro tema y volvería a centrar el discurso en mí misma, cosa que, a pesar de que pueda no parecerlo, suelo intentar evitar.
El caso es que una de las partes de que consta la amistad es ésa en la que uno se interesa por el otro, como también le gusta a cualquiera sentir que se preocupan por él. Pero a veces es complicado que nuestro interés real por una persona y el que luego esa persona percibe coincidan. No pocas veces me he pasado el día pensando en preguntar a alguien por un tema que sé que le preocupa y, por ende, también a mí (cuando se trata de un amigo), y después se me ha pasado hacer la dichosa pregunta cuando por fin al final del día he tenido la suerte de poder hablar con esa persona. Antes o después se acaba hablando del tema porque el otro lo saca, al ser de su interés, pero tú te quedas con la espina de que pueda creer que no te interesa lo que le pase, cuando tú bien sabes que no es cierto.
Solía pensar que un amigo de verdad sabe realmente si te preocupa lo que le pase a pesar de que no siempre se lo demuestres, pero parece ser que la confianza se vende demasiado cara estos días y no todo el mundo está dispuesto a regalarla. La verdad es que no puedo culpar a nadie por eso, pero cuando eres tú en quien otro no confía te duele. Te duele incluso más que cuando eres al que alguien olvidó preguntar cómo le iba con tal o cual cosa.