miércoles, 23 de septiembre de 2009

Entierros

Los humanos hemos ido creando a lo largo del tiempo diferentes culturas. Hay tantas y tan diferentes, que por eso el contexto cultural en que uno se encuentre llega a ser tan importante. Pero algo que siempre ha captado mi atención es la forma que tenemos en distintos sitios de deshacernos de los cadáveres.

En determinados lugares, por bárbaro que pueda parecernos a nosotros, se comen a sus muertos. No sé qué les lleva a hacerlo, tal vez piensen que de ese modo algo de ellos les pasará. Ya lo investigaré, porque ahora es tarde y tampoco es a lo que voy. Precisamente me interesa ver el tema desde la ignorancia.

Aquí hacemos otras cosas que, si uno las piensa y no conoce sus orígenes, también podrían parecer extrañas e incluso macabras a cualquiera: los quemamos. Prendemos fuego a los cadáveres de nuestros seres más queridos. Antiguamente esto también se hacía aunque de una forma un tanto más ceremoniosa la parte del fuego... Visto así, sin saber, no tiene demasiado sentido, excepto el de ocupar el menor espacio posible con algo que, al fin y al cabo, ya no sirve para nada más que para el recuerdo.

También los enterramos. Supongo que esa costumbre tiene un significado más simbólico que ahora tampoco me molestaré en revisar, porque, nuevamente, me interesa ver el ritual desde fuera, con perspectiva. Sin saber a qué puede venir eso. Tendría sentido si se enterrase a los muertos sin ataúd, ya que de ese modo alimentarían la tierra, ellos a los animales, nosotros de estos y, casi como en la mejor fantasía final, uno volvería a la tierra. A la Tierra. Al planeta. El ciclo de la vida -el mismo de aquellos leones, sí-, el ciclo sin fin, tendría lugar y se repetiría continuamente. Con ataúd creo que lo simbólico adquiere un cariz más importante, pero sea como sea no es menos curioso echar tierra por encima a un muerto, como hace un perro que esconde un tesoro.

Ya lo buscaré, ya. De momento he asistido a mi primer entierro y he sido yo misma la sepulturera. No es que sea una experiencia especialmente grata, como no será difícil imaginar, pero tampoco es tan desagradable como podría parecer. Aun sin ahondar en por qué uno hace lo que hace con sus seres queridos, hasta que sus cuerpos no descansan de algún modo -simbólico o no, práctico o no-, no se puede estar tranquilo y empezar a superar la pérdida. Al menos yo no puedo, sea por motivos místicos o por tener que estar pasando el trago de decidir qué hacer con el cuerpo y finalmente hacerlo...

El caso es que me gustan en general los rituales culturales, o al menos muchos de los que no implican daño alguno a nadie, y los entierros me parecen de lo más bonitos. Son tristes, porque implican despedidas y éstas lo son, pero a la vez representan el deseo de alguien que quiere a otro alguien -aun cuando éste ya se ha muerto- y que no es capaz de descansar hasta que el otro lo hace en paz.