A veces el tiempo se cuenta en vidas. Normalmente uno conoce a su familia desde que nació. Para esa persona los conoce desde hace toda una vida. Luego uno conoce a gente y lo puede empezar a medir así; lo conocí cuando tenía diez años, así que si tengo veinticinco, llevo con él tres quintos de vida; con veinte, un quinto. Y así con todos o con ciertas cosas que considere uno importantes.
Otra medida más triste es la de la pérdida. Cuando se echa de menos a alguien que ahora, por la razón que sea, no está, se puede ir calculando en qué momento lleva uno más tiempo sin esa persona que con ella.
Me gustaría poder contar con vidas el tiempo que lleve con algunas personas, cuando sea vieja -si es que llego a serlo-, y observar que llevo con ellas mucho más tiempo que sin. Y, cómo no, también me gustaría que en ese tiempo, cuando las arrugas ya hagan surcos en mi piel, y en los surcos de sus surcos, hubiese gente que ya fuera imposible perder de tal modo que pudiese pasar más tiempo sin ellos que con. La pena es que esto último ya hay con quien me saldrá bastante más descompensado el cálculo de lo que me habría gustado.