El mundo no se acabará dentro de dos años y pico como se supone que dicen los mayas. No lo hará porque ya se ha acabado.
Lo ha hecho para todos los que han visto morir a alguien a quien querían. Para la gente que ha visto sus sueños hacerse añicos ante sus ojos. Para los que han perdido todo lo que tenían. Para los que ya no tienen esperanzas, ni fe, ni nada por lo que les valga la pena vivir.
Por eso el mundo no se va a acabar, porque se acaba cada día, con cada pérdida. Hoy un terremoto ha segado la vida a todos cuantos ha podido en Haití, y en las noticias ha salido una de las supervivientes diciendo: "the world is going to an end". El mundo se está acabando. Y qué razón tenía. Para cientos y miles de personas allí mismo se estaba acabando en ese preciso instante en el que un derrumbamiento les separaba para siempre de un padre, de una hermana, de un hijo, de una abuela o de un amigo.
Pero eso no es nada nuevo, pues la muerte destruye mundos a diario aunque lo haga con otro rostro cada vez. No hace falta que el planeta explote o se rebele para que todo se venga abajo, porque el mundo no es sólo uno: el mundo es uno para cada uno, y con todos nosotros alguno se irá.