A veces ando por la calle y me siento como paseando entre sombras fantasmales que no tienen nada que ver conmigo. No me miran ni yo a ellos. Sé que dicen algo porque oigo a lo lejos el rumor de sus palabras, pero suenan tan distantes que me es imposible adivinar qué se dicen en susurros. Sí sé que yo no digo nada, así que a mí ellos no me pueden escuchar.
No me ven, ni tampoco me oyen. Y paso junto a ellos como una ráfaga de aire congelado que sólo es capaz de hacerles sentir frío. Sé que, para ellos, el fantasma soy yo.