miércoles, 31 de marzo de 2010

Obras maestras

Cuando una obra es buena suelen venir problemas. A la gente le gusta tanto que algunos deciden copiarla, para tratar de emular su éxito de una forma poco o nada honrosa, y normalmente poco o nada efectiva. Otros deciden versionarla, cosa que también raras veces sale como al público le gustaría. Ni que decir tiene que, muchas veces, el mismo autor la continúa, pero no siempre la segunda parte -o las sucesivas- tienen la calidad de la primera.

Afortunadamente, no se cumple esto sí o sí, y de vez en cuando podemos disfrutar de buenas versiones, aunque sean minoría, o de continuaciones que superan a la obra inicial, aunque también sean raras. Las copias, buenas o malas, me repugnan.

Pero de todo esto, lo peor es que se desvirtúe una obra aclamada deliberadamente. A veces se intuyen intentos con una buena intención detrás pero que, simplemente y por la razón que sea, fracasaron. Pero otras veces es tan descarada la falta de preocupación por continuar con el espíritu que suscitó el interés del público, y tan grande el afán por aprovechar el tirón de un nombre que atrae a la gente, que da hasta vergüenza ajena.

La mayoría de las veces, cuando algo sale bien, es mejor dejarlo como está. Para tocarlo hay que saber hacerlo, ser un fanático que se conozca al dedillo todos sus detalles, y tener la cabeza suficiente como para imaginar esa obra más allá del fin que se le dio en un principio. Y pocos, muy pocos, son capaces de eso. Desgraciadamente, son muchos, demasiados, los que se creen que lo son.