A veces es mejor una mala crítica que una buena. Cuando la gente empieza a hablar bien de algo, los demás se generan expectativas. Tantas, que aunque lo que finalmente tienen delante sea realmente bueno, en comparación con lo que se esperaba resulta decepcionante.
Por eso, en realidad es mejor que los demás no esperen demasiado de nosotros o de algo que hemos hecho. Así, si resulta pésimo no sorprende ni para bien ni para mal, pero si por casualidad acaba gustando, la sorpresa termina siendo grata.
Posiblemente ese sea el origen de la falsa modestia. Mucha gente sabe que hizo algo genial pero se lo calla o lo menosprecia delante de los demás, porque así se aseguran de no ser pillados por sorpresa (al menos en apariencia) si alguien dice que es una pura bazofia, y se levantan la moral si cae en gracia su obra.
A mí no me gusta la falsa modestia. Si uno se gusta a sí mismo o algo que creó, debería ser capaz de exponer su opinión sin importarle demasiado si es compartida. Sólo lo justo para observar si no molesta a nadie.
Eso sí, no todo el mundo se critica a sí mismo o a sus cosas por falsa modestia. Hay ocasiones en las que, simplemente, uno reconoce que ciertas cosas de él -o hasta él entero- no le gustan porque realmente es así. Pero igual que el hecho de que uno se guste a sí mismo no debería ser motivo de vergüenza, no lo debería ser tampoco lo contrario, aunque si alguien es capaz de criticarse o a lo que salió de él, tendría que ser también responsable para cambiarlo en la medida en que le sea posible, porque quejarse es muy fácil, pero actuar un poco menos.