Cuando sólo conoces algo por sus partes acabas completándolo con tu imaginación, queriendo o sin querer. Muchas veces aciertas, pero posiblemente otras tantas te equivocas. Y es que todo el mundo habrá vivido, de un modo u otro, eso de encontrarse un montón de pistas en un sentido que parece ser el único posible y, finalmente, descubrir una última que cambia el signo de todas las anteriores.
Con la gente eso pasa mucho. Cuando otro es apenas un conocido, se hacen conjeturas sobre cómo será en otros aspectos que no hemos visto, basadas en lo que sí que sabemos. Pero las personas no siempre son tan predecibles, y muchas veces todo lo que hacen, dicen o piensan no va en la misma dirección. Por ejemplo, un chico puede tener su habitación hecha un desastre y que sus compañeros de oficina ni se lo imaginen dado el orden y el perfeccionismo que ven de él en el trabajo.
Pero el problema no es equivocarse adivinando a los demás. El problema es que muchos se olvidan de que sólo están atando cabos y se toman sus especulaciones demasiado en serio. Juzgan a quien creen que es el otro y no a quien es en realidad, ya que verdaderamente no lo conocen del todo.
Por eso me gusta empezar así, dibujando a los demás sólo trazos de quien soy y de lo que soy. La gran mayoría no se espera a ver el cuadro completo, y lo cierto es que no me da ninguna pena. Lo único que lamento es que, de los pocos que esperan a ver la obra completa, muchos sean los que deciden abandonarla en el rincón más oscuro de sus casas. Pero es que, para bien o para mal, eso es lo que soy.