Aunque a veces pueda parecer que no, hay un montón de gente que se deprime. Pero gente que padece una depresión depresión, no el típico estado de ánimo decaído que cualquiera puede tener cualquier día por casi cualquier razón, e incluso sin ella. Por eso hay varios autores que se han dedicado a hacer sendas teorías que tratan de describir esta patología, estudiar qué mecanismos intervienen en ella, cuál puede ser su etiología y, por ende, cómo es posible tratarla.
Entre todos esos autores que investigan o han investigado este trastorno está Lewinsohn, y de los muchos aportes que ha realizado al estudio de la depresión, desde enfoques conductuales y cognitivistas, me ha llamado bastante la atención el siguiente: uno de los factores que ha encontrado como protector contra la depresión es disponer de una persona íntima y cercana a la que poder confiarse.
En realidad no es que me sorprenda, porque ya todos (o todos en el ámbito de la psicología, aunque los de fuera lo pueden intuir) sabemos que el apoyo social actúa como amortiguador de casi cualquier patología, pero esa forma del apoyo social como una persona íntima y cercana a la que poder confiarse me ha gustado especialmente.
Casi todo el mundo tiene amigos; unos más y otros menos, unos mejores y otros peores... Pero algo que, aunque no todos, muchos también suelen tener, es una persona especial. Una a la que pueden contar cualquier cosa. A la que podrían llamar en cualquier momento si les ocurriese algo. Que es la primera en la que piensan para compartir tanto tristezas como alegrías.
Muchos tienen a alguien así... Pero no todo el mundo. Y es una pena, porque cuando lo tienes o lo has tenido, entiendes por qué Lewinsohn dio en considerar ese aspecto en sus investigaciones y por qué obtuvo el resultado que obtuvo: cuando tienes a alguien así, deprimirse es mucho más complicado.