Cuando los días dan esquinazo a la rutina parecen pasar más despacio. Una de las cosas que más me sorprenden de hacerme mayor es que el tiempo cada vez se acelera más, pero ahora me estoy dando cuenta de que tal vez en eso tenga que ver más la monotonía de lo que yo pensaba.
Creía que era tan fácil como que conforme nos hacemos mayores, nuestra percepción del paso del tiempo cambia. Ahora aún sigo pensando lo mismo, pero a esa teoría (por llamarla de alguna manera) añadiría ese nuevo factor. Cuando los días se parecen o se hace siempre más o menos lo mismo durante la semana, la sensación es de que los meses se pasan volando. En cambio, las fiestas o las alteraciones en el ritmo cotidiano, hacen que parezca que haga siglos de una cosa que pasó hace apenas 4 días.
En realidad, cuando somos pequeños la vida suele ser bastante parecida de unos días a otros. A cinco días de colegio les siguen dos de descanso, y no hay mucho más. Aunque como ya de mayores los pequeños matices hagan a un día completamente distinto del otro a pesar de que hayamos hecho lo mismo, se podría considerar la vida escolar como rutinaria. Sin embargo en esa época el tiempo pasa muy despacio, a pesar de la rutina.
Tal vez sea que cuando somos unos críos, al ser nosotros mismos más pequeños y percibirlo todo como si fuese enorme (la casa, la calle, los adultos...), el tiempo también nos aparezca más amplio de lo que realmente es.
Sea como sea, tranquiliza saber que al menos hay una manera de invertir el proceso. Aun siendo mayores, podemos ralentizar el tiempo saliéndonos de lo habitual. El tiempo, por el momento y aunque lo pareciera, aún no nos ha vencido.