En la universidad o en la escuela oficial de idiomas es fácil ver, cuando eres joven, a mucha gente que bien podría ser tu padre o tu madre. Al principio choca un poco ver como a un igual a alguien que te saca tantos años, porque el rol de persona mayor que tú tiene ciertas incompatibilidades con el de un colega de banca. Se hace raro tutear y compartir lecciones con alguien de la edad de quien normalmente te las daba, pero creo que es algo plausible.
Antes pensaba que hacer las cosas a deshora generaría un intenso malestar. Que continuamente te recordaría que podrías haberlas hecho cuando tocaba. Pero ahora creo que no tiene por qué. No todo el mundo tiene las mismas circunstancias, y la gente que decide estudiar cuando es más vieja no necesariamente dejó de hacerlo en su día por pereza. De hecho, muchos no tuvieron la oportunidad y es ahora que la tienen cuando deciden no dejarla escapar por duro que se les haga, si es que se les hace duro.
Y aun cuando sí fue por comodidad que uno no hizo lo que fuera que debía hacer en su momento, creo que retomarlo lo que debe generar más bien es satisfacción. Todo el mundo tiene derecho a equivocarse, tanto decidiendo no hacer ciertas cosas como haciendo otras que finalmente prefieren dejar.
Por eso ya no tengo la mente tan cuadriculada. El tiempo corre y cada vez lo va haciendo más deprisa, pero no pasa nada. Tenemos más del que creemos. Antes solía agobiarme con la sombra del minutero sobre la cabeza, y aunque ahora aún me pasa en ciertas ocasiones, he aprendido a relajarme. No pasa nada por suspender, ni por repetir un curso (aunque esto último nunca lo he hecho). No importa si las cosas salen mal, no por ello hay que dejarlas, ni hay un tiempo marcado para hacer tal o cual. Lo que importa de verdad es conseguir lo que uno quiere, sea lo que sea y cueste lo que cueste. No todos podemos tenerlo todo, y no todo se logra a la primera. Eso sí... tampoco hay que relajarse demasiado.