En mi casa hay muchas figuritas. Mi madre y mi hermana son más bien torponas. Y aquí, encima, nunca gusta tirar nada. Estos tres detalles unidos, aunque pueda parecer que no, son capaces de dar algunas lecciones.
Al ser parte de mi familia tan patosa, han roto más de una vez alguna de las dichosas figuritas. Y claro, por no tirarlas, ya que les tienen cariño, fueron un regalo, o vete tú a saber, las pegan y las recomponen.
A veces los pedazos son grandes y apenas se nota el arreglo. Otras se nota muchísimo más. Pero no importa si se nota mucho o se nota poco, la cuestión es que siempre se nota. Las cicatrices que un mal golpe dibujan sobre las figuritas, por bien disimuladas que estén, las cambian y las dejan diferentes a como estaban. En adelante, pueden parecerse mucho a lo que eran, pero no serlo de nuevo.
Con las relaciones interpersonales pasa algo parecido. Cuando algo se rompe ya luego es muy complicado que se recomponga. Se puede disimular y que parezca que es lo mismo, pero en el fondo uno siempre sabe que, cuando algo se rompió de tanto tensarlo, o se aleja para no tensarse de nuevo, o se elimina de raíz y se extirpa. La putada es que una también le coge cariño a algunas personas, y prefiere tratar de recomponerlas a pegarlas con un poco de cola.