Hay cosas que no se pueden explicar. No es que sea difícil hacerlo, ni que sea más cómodo omitir la explicación: es, simplemente, que ésta no existe.
Muchas veces hacemos las cosas según lo que nos dicta el sentido común. Otras, por ciertos valores que tenemos y que nos hacen seguir unos caminos en detrimento de otros. O si no, las hacemos porque nos lo imponen, nos lo sugieren o nos lo recomiendan. Pero aquí no es el caso. Hay cosas que da igual que la lógica nos niegue, o que no importa que vayan contra a algo en lo que pensábamos que creíamos firmemente. Ni siquiera importa si nos lo prohíben o hay por ahí alguien que lo vea con malos ojos.
Hay cosas que no se pueden explicar. Únicamente, se sienten. Y con eso es suficiente.