La tristeza y la alegría tienen una curiosa disposición a aglomerarse cada una en una serie de días alejados entre sí. Así, o tienes un día estupendo, o una tremenda porquería de jornada. Por suerte, de vez en cuando aparece un mago, o tal vez debería decir un tintorero: tiene la capacidad de volver radiante un día que había empezado a teñirse de gris.
Rompe el desequilibrio entre la tristeza y la felicidad, repartiéndolas de forma más equitativa, de modo tal que, si se acumula un montón de tristeza, la felicidad que sobró de otros días en que no se despilfarró barrerá la tristeza de una vez por todas.
Seguiremos estando tristes o contentos, pero al menos tras un día duro podremos esperar siempre que se alegre hacia el final, dejándonos, por fin, un fantástico sabor de boca.