lunes, 12 de enero de 2009

Esa extraña vergüenza

Cuando era pequeña, y me consta que no era la única a la que le ocurría, una de las peores cosas que podrían haberme pasado era que el niño que me gustaba se enterase. Cada vez que tenía la más mínima sospecha de que aquello, que era un terrible secreto que debía ser guardado bajo un candado de siete llaves, podía ser descubierto, el corazón se me disparaba. Si había que mentir para que nadie lo descubriese se mentía. Y cuando creía que el chico se estaba o se podía estar dando cuenta de lo que me pasaba cada vez que lo veía, era preferible que pensara que lo odiaba desde lo más profundo de mi ser antes que confesarle la realidad. Además, el resto de niños tampoco podía enterarse bajo ningún concepto, o sería objeto de burlas durante lo que quedase de curso... o de colegio.

Ahora, cuando veo o intuyo eso en algún niño o alguna niña me hace gracia. La pierde cuando lo veo en gente más mayor.

No entiendo por qué, a ciertas edades, hay algunas personas que siguen pensando que enamorarse debe ser un secreto. Que parece que se avergüencen de lo que sienten, que protegen su intimidad de forma desmedida, que aún temen que otros puedan ridiculizarles por algo así, que prefieren callarse durante años antes que enfrentarse al miedo que les da un no...

Con lo bonito que es estar enamorado... que no te importe de quién, porque si le quieres puede ser alto o bajo, gordo o flaco, guapo o feo... simpático o gruñón, gracioso o seco, mañoso o torpe... y aún existe esa extraña vergüenza.

Pues a mí no me importa que los demás se enteren de lo que siento cuando llego a sentirlo. Querer a alguien es normal, y en algunos casos es casi imposible no hacerlo... así que no pienso agachar la cabeza cada vez que me suceda, sino levantarla: me siento orgullosa porque soy capaz de sentir... algo que sé que muchos no pueden decir. Y a otros les da vergüenza.