viernes, 2 de enero de 2009

Excusas...

O excusa, porque casi siempre me encuentro la misma. Eres tú, es tu carácter... Si todos discutimos contigo no podemos estar equivocados. ¿Seguro? Porque también podría ser vuestra única vía de escape cuando chocamos dos. Que una reconozca una obviedad no tendría por qué hacerla blanco de todas las culpas.

Es al revés... porque si desde el comienzo del juego yo enseño mis cartas y vosotros os empeñáis en hacer jugarretas aprovechando, además, que las vuestras yo no las veo, la culpa deja de ser mía. Si aceptáis jugar estáis aceptando las reglas, y luego echáis la culpa a lo duras que os parecen cada vez que vais perdiendo. Qué curioso, porque las aceptabais de buen grado cuando el juego iba a vuestro favor.

Pues ya estoy harta, porque además no es verdad. No soy yo contra el mundo, porque aunque vosotros no sois capaces hay gente que sí lo es de conseguir acabar una puta partida sin tener ningún problema.

Pero claro, es mucho más fácil encontrar un chivo expiatorio inmutable y que siempre va a estar ahí. Eso os exime de pedir perdón. Gracias a ello no tenéis que hacer otra cosa que sentaros a esperar una disculpa, porque vosotros nunca hacéis nada. Qué va... Sólo mentir, traicionar, engañar, aprovecharos, burlaros...

Pero se acabó. Llevo años cambiando las reglas a vuestro antojo y ya no cambio ni una más. Porque no me da la gana... porque vosotros las vuestras nunca las vais a cambiar.