jueves, 5 de noviembre de 2009

Llantos conmovedores

Supongo que a la gente, en general, no le gusta ver llorar a alguien. En cierto modo es violento, y hasta cuando se trata de alguien que te cae mal (a menos que roces el odio) da bastante pena. De hecho a veces te das cuenta de que algún enemigo te importa más de lo que pensabas, o de que le tienes menos manía de la que creías, porque al verlo en esa situación llega a conmoverte.

De todos modos, no todo el mundo te altera en la misma medida. Depende mucho de la persona y de la situación. Por ejemplo, algo que a mí me suele dar muchísima pena es ver llorar a una de esas personas que siempre parecen estar contentas. No sé si será por el contraste, o por la sensación de que, para que esa gente llore, algo terrible debe haber sucedido. También me pasa con gente muy inocente, pero no con niños.

Otra cosa que impresiona también es ver llorar a un hombre. Está claro que lo hacen igualmente y desde luego están en su derecho, pero culturalmente se les suele permitir poco expresar ciertos sentimientos en público. Algunos incluso son ellos mismos quienes se lo prohíben. Aun siendo joven, hasta yo he escuchado de niña eso de que "los hombres no lloran", y es posible que todavía hoy haya quien mantiene esa mentalidad, por increíble que pueda llegar a parecer.

Quizás esos tres grupos de personas tengan en común que no suelen llorar delante de alguien por cualquier tontería, como muchos niños y mujeres (también algunos hombres, imagino, pero yo al menos no los conozco). Tal vez el llanto no sea tan poderoso, o a lo mejor nosotros discriminamos mejor de lo que imaginamos qué hay detrás de un manto de lágrimas.

Lo que mueve, lo que da pena, lo que encoge el corazón, no es ver a alguien llorar. Es ver a alguien tan triste, y que esa tristeza sea de verdad.