viernes, 13 de noviembre de 2009

Viernes 13

Viernes 13. Recuerdo cuando de pequeña jugaba en el Amstrad con un juego de esa peli. Los gráficos estaban a años luz de los de hoy día y la complejidad del juego no era excesiva: básicamente dabas una vuelta recogiendo armas y viendo a chicos y chicas y, cuando menos te lo esperabas, uno de esos chicos era Jason. Entonces te perseguía con un cuchillo, sonaba una música espeluznante y, en teoría, tenías que enfrentarte a él. O al menos eso es lo que el paso de los años me permite recordar.

Puede que me deje detalles acerca del juego, pero hay uno que se me grabó a fuego. Cuando Jason empezaba a perseguirte no siempre tenías a mano un arma, y aun teniéndola no era seguro que consiguieras ganarle. Si en vez de plantarle cara decidías correr en dirección contraria, para buscar más armas por ejemplo, él cada vez corría más y más rápido hasta que te alcanzaba para matarte. Pues bien, mi recuerdo es el de la angustia de ser perseguida. La pelea me importaba menos que ese rato en que venía detrás de mí para matarme y en el que yo sabía que acabaría dándome alcance. Era tal el modo en que me inquietaba esa sensación, que solía apagar el ordenador y dejar el juego. Eso lo hace la gente continuamente.

En la vida real no todo es tan sencillo como quitar los juegos que nos resulten desagradables, pero muchos lo intentan. Cuando temen algo o les resulta harto molesto escapan. Normalmente hay dos mecanismos para no tener que soportar aquello que no nos gusta, por el motivo que sea, y son la evitación (intentar no encontrárnoslo) y éste, el escape (una vez ante él, huir). Lo que no tanta gente sabe, aunque posiblemente un gran número imagine, es que para dejar de tener miedo, para reducir esa ansiedad o paliar ese malestar, lo que hay que hacer es precisamente exponerse a lo que nos lo genera.

Evitar o escapar nos alivia en el momento, pero no son más que parches para un problema que nos va a seguir molestando en el futuro. Hay que aguantarse un poco con la ansiedad, soportarla durante un rato. Por paradójico que parezca, y aunque al principio pensemos que no vamos a poder soportarlo, después ese malestar irá desapareciendo, hasta que consigamos plantar cara a lo que antes nos suponía un gran obstáculo.

Para asuntos o problemas mayores, naturalmente, debe consultarse a un profesional, ya que esto tiene diversas consideraciones. Por ejemplo, no hay que exponerse nunca si no se tiene bien claro que, hasta que la ansiedad inicial disminuya, está prohibido salir de la situación. Pero hay muchos problemas menores o más simples de la vida cotidiana que se podrían solucionar de esa manera aparentemente tan sencilla.

Seguramente si yo me hubiese enfrentado a Jason en lugar de apagar el ordenador cuando comenzaba a estresarme, me habría dado cuenta de que no pasaba nada si me mataba. Era sólo un juego, y quizás hasta le hubiera conseguido matar y terminar la partida. El miedo, la ansiedad, los temores... Todo eso no son sino yugos que nos impiden comprobar hasta dónde somos capaces de llegar. En realidad todos podemos más que ellos. La clave está en descubrirlo.