jueves, 17 de diciembre de 2009

Así era ella

Hubo una época en que solía hablar con todo el mundo. Chicos, chicas, de su edad o algo mayores, o más jóvenes... Disfrutaba tratando con la gente, pero más aún cuando confiaban en ella para contarle sus problemas. Ella no los tenía, o si los tenía no los consideraba insufribles, y a veces se quedaba sin palabras ante las desgracias de las que era testigo. Un montón de confesiones de todos los colores y tamaños, que podían ir desde un pequeño desengaño amoroso hasta el gran horror de haber sufrido abusos. Aun así, siempre intentaba aconsejar, ayudar o animar a quienes acudían a ella, aunque para su desgracia no siempre fuese capaz.

A pesar de ser testigo de tantas penurias, era feliz. No por ser quien se libraba de ellas. Tampoco porque se alegrase de que otros las padecieran. Era feliz porque, además de que sentía que para alguien era digna de confianza, siempre solía hacer todo lo que estaba en su mano. Era como si intentase repartir su propia felicidad entre aquellas personas, y al hacerlo ésta se hiciese cada vez más grande.

Pasados unos años dejó de hacerlo. Dejó de hablar con todo el mundo. De hecho, ya apenas tenía contacto con nadie. Se preguntaba si se había vuelto insoportable, si importaba a los demás y si le importaba a ella alguien. Seguía sin grandes perturbaciones en su vida, o quizás tuviera más que antaño, pero le seguían sin preocupar.

También dejó de ser feliz, y un día se preguntó si no sería por eso. Ya no podía hacer nada por nadie, ni siquiera intentarlo. Le era imposible ayudar a otros. Ni siquiera era capaz de salvarse a sí misma y ser feliz de nuevo.

Entonces recordó aquellos días, en los que intentaba evitarles a los demás las lágrimas, y en los que ella misma acababa llorando cuando terminaba de hablar con alguien, sólo por oírle decir al final alguna palabra de agradecimiento que no sabía si merecía. Supuso que estaba en lo cierto y que en parte que ya no se sintiese feliz tenía que ver con eso. No hablaba apenas con nadie y nadie confiaba en ella. Ni siquiera ella. No podía ayudar a nadie. Tampoco podía ayudarse. Quizás ahí estaba la clave que necesitaba para volver a ser feliz, pero tampoco eso sabía si lo merecía en realidad.