lunes, 21 de diciembre de 2009

Las palabras

Cuando era pequeña descubrí aquello de que si repites mucho una palabra deja de tener sentido. Es lógico si tenemos en cuenta lo arbitrario del lenguaje, pues en realidad en nuestro idioma no hay ninguna relación entre significante y significado que vaya más allá de la pura convención.

También pasa con los nombres. Uno se llama Fulano o se llama Mengano, y eso en cierto modo es también arbitrario. Lo es en tanto que un nombre no deja de ser una palabra más y, como tal, es igual que aquéllas, pero no lo es en el sentido del azar porque alguien en algún momento y por alguna razón, decidió llamarnos como nos llamamos y no de otra manera. Igualmente, si dices tu nombre muchas veces, te acabas dando cuenta de que es sólo un montón de letras y que bien podría ser cualquier otro. Lo que pasa es que, aunque los nombres no sean más que eso, y a pesar de que se repiten casi infinitamente entre las distintas personas del mundo, para uno designan solamente a una persona.

Aun cuando dos personas se llaman igual, no es lo mismo. No sé si a los demás les pasará, pero para mí es como si fuese capaz de decir dos veces el mismo nombre de diferente modo según a quién me quiera referir. El resto de la gente sólo oye un nombre y no es capaz de adivinar de quién quiero hablar yo, pero para mí el matiz sí que es evidente. Recuerdo alguna vez en la que decía: "¿Pero "Fulanito" o "Fulanito? Ah... ¡Fulanito!". Decía la misma palabra en ambas ocasiones pero yo ni siquiera me daba cuenta. Para mí eran diferentes.

En realidad no, las palabras por sí mismas no tienen sentido. Se lo da la Real Academia de la lengua Española, o en su caso quién corresponda, que no lo sé ni tampoco me preocupa, pero en último término se lo damos nosotros.