sábado, 12 de diciembre de 2009

Los asientos del autobús

En los autobuses siempre suele haber unos cuantos asientos destinados a personas mayores, mujeres embarazadas, o gente con algún tipo de lesión. Luego hay un espacio habilitado para sillas de ruedas y cochecitos de bebé. En los más nuevos hay unos asientos más anchos que, imagino, son para personas obesas.

No tengo ni idea de cuántas personas de edad avanzada cogen un autobús en comparación con el resto de la población, pero sus asientos "reservados" suelen ser unos cuatro, y normalmente veo bastantes más en el mismo viaje.

Todo el mundo supone que las personas más jóvenes deben ceder su asiento a los abuelillos, pero no es tan sencillo el asunto. Alguna vez ha pasado que una de esas personas se ha ofendido cuando han querido ofrecerle un asiento, entendiendo así que la estaban llamando vieja. Algo parecido pasa cuando alguien le cede su asiento a una señora pensando que está encinta y luego resulta que sólo está gorda. La cara que se le queda a la mujer es un cuadro.

Al final, si cedes el asiento corres el riesgo de que el otro se ofenda, y si no lo haces se te quedan mirando con cara de asco por el simple hecho de ser joven y estar sentado. Pues en primer lugar, esos que ponen esas caras deberían saber que juventud no es igual a salud. Un joven también puede tener escoliosis, una meniscopatía, o por el simple hecho de ser mujer, un puñetero dolor en los riñones durante todo el santo día. En segundo, los de menos edad también tienen derecho a ir cómodos en el autobús. A veces los mayores cogen el autobús para recorrer una sola calle larga mientras un estudiante (cargado además con los libros) puede tener por delante una hora de camino.

Creo que, respetando los asientos rojos, el resto de personas también tiene derecho a ir sentada. Nadie tiene por qué dar explicaciones de si lo merece o no, porque para algo se paga el billete (y más caro, pues los pensionistas pagan menos, por ejemplo). El civismo de cada uno ya le indicará si debe o no levantarse para que se siente otro. Si no lo hace tal vez no sea por pura pereza, y aunque lo fuera, la gran mayoría de la gente, que es egoísta, no se debería extrañar de que los demás también lo sean.

Yo, si veo a una mujer con un crío en brazos, le ofrezco mi asiento. O si veo a una mujer que apenas se tiene en pie con los movimientos del autobús. Pero no a cualquier señora oronda por peinar canas y ser mayor que yo, y si tanto necesitasen ir sentadas podrían decirlo en lugar de poner cara de vinagre. Los demás ni somos adivinos ni queremos serlo, ni tenemos por qué aguantar que se nos pongan al lado mirándonos fijamente para ver si nos conmovemos (o nos asustamos, porque algunas ponen cara de mala hostia), especialmente cuando al fondo del coche hay sitio y no lo ocupan porque no quieren moverse, sino que lo hagamos los demás.