Sé que hay gente que necesita alimentarse de falsas esperanzas, pero yo no soy una de ellos. En la vida pasan muchas cosas, y uno elige que pasen otras tantas, pero la mayoría escapa a nuestro control.
Una enfermedad, un accidente, una posibilidad matemática remota... o incluso la suerte o el azar. Muchas de esas cosas implican que uno no sepa lo que va a ocurrir. En algunos casos, de hecho, nadie puede saberlo. Ni siquiera un profesional.
Es a veces desconcertante o aterrador convivir con la incertidumbre, así que es muy loable que la gente que te rodea trate de animarte. Pero una cosa es animarte y otra darte falsas esperanzas. Eso creo que no beneficia a nadie, en primer lugar porque hay quien llega a creerse que lo que le dice el otro es verdad y se hace ilusiones sobre algo que sigue siendo igual de incierto que antes, y en segundo porque a veces, aunque la estadística, la suerte, el azar o lo que sea tengan mucha importancia sobre nuestro futuro, suele haber algo que podemos hacer nosotros al respecto, y confiándonos al destino o a nuestra propia fortuna a veces dejamos de actuar y el peso empieza a caer todo fuera de nuestros límites.
La vida es como es. A veces más dura y a veces menos... Pero al menos a mí me gusta verla como viene, y no disfrazada para acabar llevándome un chasco más tarde.