A veces, para encontrar el camino, es necesario salirse de él. De pronto llegas a un punto en el que cada árbol te parece igual al anterior. Después, en lugar de uno hay unos cuantos, que poco después se convierten en un bosque que apenas te deja ver por dónde pisas, entre hojas y ramas. Para más inri, se pone a llover, y el viento te empapa mientras te sigues enredando sin ver el camino...
Pero si cierras los ojos todo eso desaparece. Ni árboles, ni lluvia, ni barro... De pronto te ves en otro lugar, completamente diferente. Es otro camino, con otra gente y que va hacia otra parte. Eso sí, mucho más tranquilo que el que dejaste.
Paseas por allí, avanzas un poco, disfrutas... Y de repente un día sientes que estás preparado para volver a donde estabas. Entonces, abres los ojos por fin, y vuelves al camino anterior.
Es el mismo pero no se parece del todo. Estás más adelante, y ya ni llueve ni hace viento. El bosque sigue donde lo dejaste, pero ya no es agresivo. No se te echa encima, sino que te deja respirar aire fresco y puro, y sus árboles te regalan sus frutos a cada poco del camino.
A veces, sólo saliendo consigues entrar.